Poesía nicaragüense desde Alemania

Poesía reciente del autor de Desde el espinazo de la noche (2014).

La tranquilidad aparente de quien lleva audífonos

 

—El mundo caerá por su propio lastre —me dije en voz alta

mientras observaba el cielo— no consigo transcribir

tanta nube allá arriba.

arremolinada por la borrasca.

                            

Las balsas arriban

sin memoria ni esperanza

en los bolsillos de los refugiados.

 

Aquellos ojillos raros contemplan

la ciudad grotesca ahogada en grafitis

como lápida para un cadaver ex-qui-si-to,

el silencio es una moneda devaluada.

 

De donde viene

se habla del sexo

para inducir al vómito.

 

Nadie confía poner

sus genitales en la boca del otro.

 

Nadie.

 

Los árboles son papel quemado

y el agua tiene la muerte

en su reflejo.

 

—Me engaño al creer transcribir

todo este dolor inmediato— me digo tocando mi pecho.

 

¡ Hola Caperucita verde!

¡ Hola Lobo daltónico!

T vndo una máquina d scribir qu l falta una tcla.

 

—La verdad suele tener razones amargasme repito a mi mismo

Tener la conciencia tranquila es síntoma de mala memoria,

me engaño al creer transcribir este dolor aquí,

hacinado entre nosotros

como único dictamen

al significado de mirarnos a los ojos

y discriminarnos.

 

 

Requiem para un pájaro azul

 

Cierto día Neruda

apareció con un gorrión entre los dientes.

Aurelia se puso como loca.

Así que intervine,

entre la humanidad

bien intencionada de mi mujer

y el instinto indomable

del felino macabro.

Se escuchaban alaridos, gruñidos y escobazos,

que al final terminé recibiendo

también yo.

 

—!Si sos poeta, defendé al pájaro!— dijo Aurelia,

como último recurso.

—!Andá y buscá a Garcín en otro lado

y dejá al animal en paz!— dije,

la palabra “paz”

fue un martillazo,

fin de la discusión:

 

La noche es la patria de los gatos,

el silencio

y la soledad

son sus mejores estrategias.

 

La exactitud

de su poesía

se agudiza

en el filo de sus garras

y en la frialdad de sus pupilas.

 

Millones de años

refinaron a este felino

en el calculado arte de cazar,

su vida y su belleza

está diametralmente en concordancia

a las muertes que,

en un acto de acrobacia letal,

ocasiona como un crimen perfecto.

 

El gato continuó gruñendo,

agazapado con su presa entre los colmillos,

de la cual devoró sólo la cabeza

y dejó el resto

del cuerpecito emplumado,

como una ofrenda,

para disputar

entre Aurelia y yo.

 

Poema convulso

 

I

 

Hallarse borracho y sin evangelio,

hallarse interrogado por el insólito

fragor que la noche orina,

hallarse con hambre

y pesadillas escabrosas

convulsionando todo el pellejo mortal,

fatigado con la última vela consumiéndose,

con las manos deprimidas adheridas a la barba,

en la postura del desaparecido,

meciéndose sin ninguna vanidad,

ciego en los rincones

con los ojos lejos y el día poblado de botellas.

 

Hallarse sin prisa en ponerle cerradura a los trastornos,

hallarse tirado

descifrando

las hojas de un árbol,

sus ramas entumecidas

(como dios rumiando su sombra)

y yo con la bocaza abierta y el estómago débil,

recordando a los doce comensales ingratos,

enterándome que el fondo del mundo sorprende

si se va con los ojos francos

y el puro silencio y la sonrisa cerrada,

eso es hallarse,

sin haberse hallado todavía.

 

II

 

Bebo para poder hablar con los imbéciles

Morrison tenía razón.

Bebo para dejar de ser feliz por un instante,

con mi negativismo literario.

 

Bebo porque no puedo leer a Baudelaire o a Bukowski

sin que me dé sed.

 

Bebo porque Darío y Carlos Martínez Rivas

a través de los siglos se saludan como gallos de pelea.

 

Bebo porque Aurelia ya está harta

y yo resacoso y desvelado,

sin cargos de conciencia en las alforjas

o en algún otro rincón

donde lo cristiano

que aún hay en mí

agoniza.

 

Hurgando por dinero en mi bolsillo

encontré, como a una garrapata,

el siguiente poema:

Hermosa puta blanca,

sos un ángel acústico

merodeando mis orejas como un colibrí,

flexible,

vulnerable,

amante brava,

cóncava e indenida,

sincera en tu inmoralidad,

en tu oficio pantanoso,

en tu condición de hierba,

de muy mala hierba

desparramada por la noche

bajo los muros altos,

ciegos,

desolados.

 

Injuriada y sola bajo la lluvia triste,

has hecho de tu vida una fábula grave

y vas buscando el amor

como los hombres del medio oriente

buscan la paz.

 

Hermosa puta

de collares gastados,

escasamente conocida,

de cintura disipada

y desmoronada pasión,

la luna menguante se sienta en tu pecho

y llora con vos

al torcerse el camino,

la noche,

la tierra

y la justicia en el mundo.


 

Poema en fuga

I


 

—¡Contestame cabrón!— gritó Aurelia.

Continué tomando mi café a sorbos pequeños,

estaba casi frío y la redondez de la taza

con la oscuridad de la bebida

me hicieron sentir como en un túnel,

desde donde alguien me susurraba:

—¿Ishmael, por qué no te has muerto?


 

Esos lapsus de ausencia en los momentos claves

no me eran extraños,

mi existencia se perdía en divagaciones

y recuerdos de infancia,

donde me experimentaba

como alguien ajeno a los demás,

como una ilusión óptica de mí mismo,

haciéndome comprender con exactitud

lo leve y frívolo del ser.


 

Aurelia quedó en silencio

colgada de su pregunta

y yo cada vez más ausente,

interpretando el fondo de mi nada,

encogiendo mi sombra

hasta la eterna dimensión de lo infinito,

hasta ese valor insustancial

de la palabra alma:


 

Yo, Ishmael “El cabrón”

soy un hombre,

porque me arrojaron a este mundo

no pudiendo elegir ser otra cosa.

 

II


 

Aurelia podría encontrar mis huellas

tras los puentes que crucé,

anhelando alcanzar las notas y el tono del mar en mis versos,

como única excusa para mi voz,

sin embargo sería pedirle demasiado.


 

Nací un día de Junio, a mitad del año,

y vine al mundo para ser bueno

y sucedió que

(en el transcurso de la vida)

hubo días nublados,

mordiscos de serpientes

y mujeres bellas.


 

La noche ha ido minando

mis cultivos de hierba buena

y nadie tendrá el coraje

de confirmarle a ella lo malo que fui,

cuando dediqué tiempo

para esconder cristales en la arena,

para que sangrara al caer la tarde,

al caer la tarde como yo.


 

Para que sangrara al mirar mi viejo retrato

ante el umbral de la adolescencia,

cuando tuve que aceptar la vida

como dios que todo lo permite

y todo lo perdona.


 

Por ella me he arrancado las uñas

y enfoqué el punto más tenue

en la profundidad sedimentosa de mi ser.


 

Un día impreciso

vendrá la muerte

y me llevará a sembrar flores al campo,

a mí

que marchité

la buena voluntad de tantas personas

como Aurelia.

 

III


 

La poesía no me transfiere ningún poder,

la metáfora es una figura

que no me embruja;

sin embargo sé usarla

para hacer una ensalada de huesos

y alimentar a mi psiquiatra.


 

Yo escribo en este espacio y este tiempo

al que estoy limitado,

desde el suelo donde mis pies se posan,

y recuerdo con la memoria

que en mi cráneo olvida

detalles, sin importancia,

de mi historia personal:


 

Soy como aquella higuera en el patio de mi casa

cuando era niño

y ella

una higuera.


 

Soy la tristeza de ese niño que escribe estos versos

veinticuatro años después,

vulnerable a la voz de todo mar,

vulnerable a todo paisaje lejano y gris.


 

Cansado

desciendo por toboganes

y un vértigo espiritual me inmoviliza

y caigo de rodillas

extrañamente triste:


 

Y es

en estos instantes

(cuando los ángeles dan un paso fuera del abismo

y caen como lágrimas de pobre)

que las mesas de los bares aguardan

con sus mandíbulas abiertas

por hombres extrañamente sucios como yo.


 

De mis huesos se sostiene

este espíritu nocivo

desenfadado y loco.


 

Nadie descifró las sombras de la vida

como yo lo hice

y siento ganas de matarme

y sin embargo

continúo brindando

en nombre de ella.


 

 

Epílogo


 

Más que a la muerte, temo a los poemas que escribí,

la muerte es eficaz y conoce bien su trabajo,

no le tiembla el pulso ni se enreda en sentimentalismos.

 

Por mi parte,

ya hice una hoguera de papeles que me avergonzaban

y sé muy bien que no fue suficiente.

 

Lo único bello que encuentro en mi vida

es al gato pardo que he nombrado Neruda,

siempre está ahí durmiendo,

desentendido sobre mis cosas

y mi vértigo espiritual de ninguna manera le inquieta,

mucho menos el inoportuno odio de Aurelia,

quien me acusa de cosificarla,

de reducirla a un coño,

a una golondrina,

a un atardecer, que lento ante mis ojos

muere,

a estos versos

donde, por primera vez,

intenté la ternura.

Me acusa de ocultarme tras un silencio estúpido

e inútil

que tan sólo amplifica mi inmadurez

y pone en evidencia

lo lejos que estoy de vislumbrar

el alma femenina.


 

Neruda tirado ahí,

es pura elegancia y cuerpo en paz.


 

Tonto yo que envidio su dormir despreocupado,

tonto yo que me valgo de él

para terminar esta tontería de poema,

si es que a esta tontería puédasele tomar por literatura

o por simple cansancio mortal.


 

Ars poética

 

Había una vez

una metáfora extraordinaria,

que se deprimió mucho

al enterarse

de que no la entendía nadie.

 

Así que decidió visitar al psicoanalista,

quien a su vez le explicó

que su padre había abusado de ella,

cosa que la deprimió aún más.

 

Con mucho esfuerzo,

la insólita metáfora realizó terapias de grupo,

se alejó de los cafés,

de los círculos intelectuales de la ciudad

y consiguió, con ayuda del tiempo,

rehacer su vida;

sin embargo su padre continuó delinquiendo,

hasta que fue descubierto

por un par de críticos literarios muy influyentes

y se suicidó.