La sangre en las alas

Templo, por Aldo Vásquez

LA SANGRE EN LAS ALAS

 

No sabemos si todos tenemos

la misma cantidad de agua del diluvio

escondida en la sangre.

 

Las hormigas guardan en secreto

la secuencia de pasos que dan con su guarida,

la sed es un pez que nos obliga a la humedad,

necesita poco mar por la garganta para saciarse,

para no ejecutar su escape de cardumen por

los poros.

 

Los días se acumulan en las oraciones de

los débiles,

en la sangre que traen en el plumaje

las aves que vuelven de su cacería,

vuelven sin saber si fueron presa,

cazador o emboscada de los días

que no saben dónde colocar sus cuerpos muertos. 

 

Somos pocos lo que buscamos un curso de pesca,

una forma de atrapar libélulas con anzuelos

oxidados,

corroídos por las palabras bien escritas.

 

Muchos buscamos un método para encontrar

la psicología de las cataratas a cielo abierto,

para aceptar que cada cuerpo

toma la forma que tejió por encargo

quien sutura las puertas de las salas de emergencia.

 

No son de fiar los barcos de reventa con la pintura

intacta,

no son de fiar las escenas del crimen

que se parecen a un planeta.

No olviden desconfiar de los espejos retrovisores,

de las reparaciones con el agua de las próximas

lluvias.

 

 

EXOESQUELETO

 

Aún no existe un animal o pararrayos

que coleccione nuestros huesos

dentro de un recipiente

de vidrio común.

 

No caminan por la ciudad

esperando encontrar,

por azar o por las alcantarillas

que estrangulan la lluvia,

algún hueso con forma de profecía,

algo que vista de fe

la última bandera pirata,

el fósil transparente de la sangre fría.

 

Ante el miedo, la invasión

y los meteoritos,

nosotros respondemos

con el sonido que lleva la sangre

cuando rompe las arterias

de los atardeceres

que nadie fotografió.

 

Ante el miedo, la invasión

y la violencia de un mercado

en ropa interior, 

los moluscos cubren los objetos extraños

con sangre de estrellas,

con la saliva que se usó

para resolver el primer discurso

que separó el fondo del mar

de los cementerios.

 

Las perlas son una especie

de bala de cañón,

la evidencia de un asesinato

en defensa propia,

el alma del mercado negro

del precarismo oceánico.

 

En el precio de la joyería,

en las letras pequeñas

se encuentra la descripción de la denuncia del

molusco:

invasión de la propiedad privada.

 

Nosotros caminamos por la playa

esperando encontrar conchas

para recordar el mar,

quizá algún otro animal o pararrayos

coleccione nuestros huesos

para recordar con placer

que ya no estamos.

 

 

PHOTOSHOP

 

La pintura como camuflaje del lienzo en blanco,

las alas que no nos dejan saber

que el aire no sabe volar,

los supermercados

obligados a empacar el hambre al vacío,

las ciudades como tatuajes

de un suelo bipolar,

las caricias tapizando

la piel que finge estar desnuda,

los inviernos que no comparten

el calor de la sangre venciendo la nieve,

las palabras escritas

defendiendo la coartada de la página en blanco,

el interrogatorio de las luciérnagas

en el cuarto oscuro,

la bolsa de compras de las buenas costumbres

enlatadas con las manos en la nuca,

la condena de las hormigas

que con su trabajo

mantienen líquido el centro de la tierra,

la libertad bajo palabra

de las señales de humo, 

la inocencia del móvil del crimen

balanceándose en el columpio

de un jardín de niños clausurado,

los juegos infantiles

corregidos por la tristeza,

la censura que lleva el atardecer

por imprimirse tras montañas equivocadas,

el contrato del maquillaje

con las cosas que no quiere mostrar la piel,

el formato para retorcer la realidad

en busca de parecerse más

a nosotros mismos,

lo que medita el camaleón

en una tienda de pinturas.