El monstruo de mi madre: Instantáneas sobre el abismo

"Tan importante como lo que se dice es lo que se calla". Presentamos una breve reseña de Gloria Ruiz.

Fotografía de Manuel Aguilar Vanegas

“El monstruo de mi madre” de Alberto Sánchez Argüello es un pequeño gran libro. Escritor de literatura infantil, microliteratura, psicólogo y docente, Alberto Sánchez Argüello logra condensar, en la corta extensión de  53 páginas, no sólo una narración vibrante y emocional del vasto universo de su madre en su propia voz, sino también combinar la compleja vida de Lidia Argüello con la infancia misma del autor, transmutado, por el poder de la autoficción, en otro personaje de este drama a varias voces.

Alberto Sánchez Argüello, en “El Monstruo de mi Madre”, nos ofrece, precisamente un rompecabezas breve e incompleto de Lidia Argüello. A través de las vivencias y secretos de Lidia, y los recuerdos de infancia del personaje narrador, reconstruye las luces y las sombras de su rostro trazo a trazo. En esta exploración de reconocimiento mutuo,  tan importante como lo que se dice es lo que se calla, y tan importante lo que se muestra como lo que se oculta. Alberto, como medium entre nosotros y Lidia, nos cuenta breves retazos de su historia que podemos, junto con las palabras del narrador, ir haciéndonos un retrato hablado de esa mujer que su hijo esculpe desde las profundidades de la muerte y de los recuerdos, para devolverle la complejidad, las diversas capas que la componen, más allá de un diagnóstico psiquiátrico, que aún en el día de hoy es la carga de un estigma infinito, que penetra nuestras carnes, nuestros roles y la manera cómo la sociedad nos ve e interactúa con “nuestra locura” y nuestra humanidad.

A pesar que Nicaragua es un país de emociones colectivas complicadas, raras veces vemos este complejo  lado de la experiencia humana en la literatura. Solemos hablar más de la psiquis colectiva, sin detenernos un instante a analizar las sombras de los individuos, especialmente las mujeres, que en países como Nicaragua suelen llevar no solo sus cargas personales, sino también la carga de la sociedad violenta, muchas veces desalmada. Si la locura en general es un tema místico para la sociedad, la “locura” en las mujeres es la epítome de lo misterioso e indeseable. Las locas parecemos solamente ser redimidas por la muerte misma, cuando la muerte nos remueve ese velo de otredad, cuando parece que las personas pueden escoger acercarse y tratar de armarnos con las piezas de nosotras que quedan en el imaginario de nuestras familias y seres amados: en nuestros episodios, nuestra humanidad a pesar de, el amor que dimos. Amamos a las Woolfs y a las Plaths porque podemos escoger las piezas y armar las quimeras acordes a nuestros sueños e intenciones, a las lecciones que escogemos sacar de sus vidas, atribuirle la genialidad a esos cerebros atípicos y funcionales.

Pero es con libros como “El monstruo de mi madre” que podemos visitar la locura desde un ángulo que raramente vemos: el amor incondicional de un hijo que debe sanar ( y sanarse a sí mismo en el intento) a una madre imperfecta, una madre con espinas, que no escogió la enfermedad que la transformaba en una madre que no era como las otras; una que tuvo de armarse y desarmarse, y que es ahora, con su muerte, que puede estar lo suficientemente quieta para poder comprenderla, dialogar con ella, y junto con Alberto, admirar las piezas de su hermosa y digna imperfección. Libros con esta desafiante desnudez son los que hacen falta en nuestros días.