Abro un agujero con mi lengua: selección poética de Gema Santamaría

Transversa, de Gema Santamaría, es uno de los libros más potentes de la lírica nicaragüense. Presentamos a continuación una selección poética.

Volcán. By Manny Vanegas

te he de decir que me extingo. que alzo la mano desde el asiento trasero para que no pase sin mí la próxima estación. que la sal me pica por las noches y me hago una piedra verde, brillando sobre la almohada como sobre el árbol duerme el reptil. que se me ha ido olvidando el llanto, su ladrido desesperado dejando escaleras por mi garganta. que me crecen gritos como pequeñas arañas de patas neuróticas, pero mi boca, cocida-cruzada-cerrada, no los deja salir. que desayuno rutinas y me invento relojes de arena por los cuales me dejo caer como marioneta descalza. que colecciono espejos quebrados para verme rota, mujer rota, mujeres rotas como las de simone. que duermo con las ventanas cerradas, la sábana en alto y el olor de algún libro que nunca acabé de leer. te he de decir que me voy poniendo triste. me extingo, me extingo. pero he perdido las ganas, la destreza, para poderme doler.

 

 

anatomía del abismo

 

ella está hecha de cabos sueltos

los que no encajan

los que no caben por ninguna aguja

menos aún, la aguja cerebral

la que flota como péndulo sobre nuestros cuerpos de títeres.

la que se divide en dos y se abre exacta como un compás.

 

ella no sabe cómo ubicarse en mitad de la calle.

no sabe el arriba. no conoce el abajo.

la escalera le es una inmensa espiral.

sin cabeza ni cola,

una interminable barriga,

una enredadera que va del brazo del piso y del techo

como si fueran la misma cosa.

 

un reloj suspendido

entre pasado y futuro

y ella, la arena misma

atravesando, atravesada.

 

sentada en una mesa blanca

ella se yergue

siente la posición de la respiración

como una criatura agitada dentro de una botella plástica

brinda con la risa y con el escándalo.

 

contempla el bocado frente a ella

y nota que la cuchara es vacía

como vacía es la mesa

y la silla que nunca aprendió a sentarse.

 

debajo del agua y con los ojos abiertos

la cordura la mira

es una cabeza flotando

su pelo convertido en una larga trenza

que une, insolente, los cabos sueltos.

 

absortas.

la una frente a la otra

se sientan a tomar el té.

 

 

un agujero

 

abro un agujero con mi lengua.

un agujero por donde puedan mis piernas patalear

hasta encontrar el agua tibia de algún pozo.

niña. agrietada. vestidita de blanco.

olvidó su nombre y no puede ahora regresar a casa.

casa-casita de muñecas, de vestidos morados y encajes celestes,

muñecas santas, de ojos abiertos—nunca lloran, nunca sueñan.

alguien. ¿me escucha? un cuchillo es inocente,

el diablo es la herida, la herida que se busca y se corteja

la sangre deseada para darle al dolor una sustancia.

alguien. una lámpara. pero no más luces amarillas en mi cuarto.

no más fotos debajo de las mesas, no más señas en la orilla de los libros.

no logro iluminarme. me persigue esta amoratada tristeza.

tengo las rodillas rotas. me tropiezo, me trapecio, trapecista.

luego la náusea, luego el espanto, luego, de nuevo, el vértigo.

alguien. esta casa se derrumba. tiene grietas por todas partes.

se le pudren las ventanas y las puertas. está hinchada por la lluvia,

¡estás gorda casa vieja!

alguien. un agujero. por favor, por alguna parte.

escapa, niña, escapista. pero si te entumes, si te apagas,

si hay un moño negro regalando muerte en la entrada de tu casa.

shhhh. duerme. duerme. cava. cava.

saca la lengua, lechosa y ácida.

siempre el pozo estuvo ahí.

temblando

en un vaso de agua.

 

 

cajita de música

 

te voy a pedir que te vayas de mí.

que me dejes empezar a llorarte desde otras esquinas.

ya no desde la casa que tiembla, se deshace y se derrama.

sino desde la calle, desde un poder ver mi dolor en otras puertas;

 

necesito sentir cómo chillan también las marionetas,

lo mismo que los perros y los niños.

 

necesito ver, al fin que mi tristeza

no es tan grande ni tan digna

que no quiebra otros párpados al ser relatada

que no da tanto frío el sentirla desplomarse

que es engañosa como una cebolla dulce y agujereada

que si se corta, llora

y si no, nunca se desangra.

 

déjame partir y llevarme lo que es mío de esa casa:

no los libros ni los cafés quemándose en las tardes.

sí mi risa (la nuestra)

sí nuestro deseo abriendo nuevas piernas,

nuevos glúteos entre las sábanas,

sí la intuición de que me besas

de que presientes mi olor acurrucándose en tu vientre.

 

pero sobre todo, déjame llevarme a la que fui, ahí,

habitando en el refugio matinal de nuestro cuarto,

la que soñaba con sólo cerrar la severa luz que hay en el ojo,

con la serenidad de quien (sabe) ha visto y probado la belleza.

 

lo que quede, es tuyo.

yo me llevo eso en una caja,

a la cual le bordaré tu nombre para que nunca salgas,

sobre la cual me pondré a flotar como una vela anaranjada,

 

le daré cuerda, tanta cuerda,

para que se calle,

para que se muera

tu breve infierno musical.

 

 

cuarto de lectura

 

llevo una vergüenza que me endurece los dientes.

casi treinta años y sigo sin poder fruncir el ceño.

 

el rechazo es una bofetada blanca

que no le cabe a mi sonrojo.

me queda grande, como una cáscara cubriendo el cuerpo

alborotado de un grano de sal.

 

me escondo en las bibliotecas.

contra la pared iluminada

ensayo las muecas que se me escurren en la calle.

cuántas veces dejé mi rabia en un espejo

siempre, de una u otra forma, contra mí misma.

 

tengo la almohada manchada

amanece tiesa

vergüenza de orines secos

en la cama de una adulta.

 

los libros, siempre los libros,

es la suavidad con la que tratan

es el abismo que abren entre sus letras diminutas.

 

me crezco toda en la página en blanco

donde soy solo yo hablando.

 

como una bruja, como una loca,

me balanceo frente a la pared quieta,

embisto la página, la pared y el libro

con mi frente limpia.

 

ni una arruga de molestia.

el rechazo es una bofetada blanca

yo, en cambio, tengo la piel enrojecida de una niña.

 

 

sesión en el diván conmigo misma

 

es un lugar obscuro

una caja donde se respira vacío y polvo y asfixia

un lugar donde los ojos duelen de abiertos

y lloran de cerrados,

donde la lengua se inflama y se pone tiesa

como un bulto de tierra a punto de ser piedra.

 

es una mesa larga y vacía

rodeada de sillas altas sin respaldo y sin asientos

estoy ahí y mis pies cuelgan

no logro tocar el piso.

los platos están rotos

hay migajas y restos de comida revueltos

tengo asco y nausea

pero no logro levantarme de la mesa.

 

es un orificio hondo en la tierra

una herida a la que no le brota agua

solo grietas, más grietas,

yo soy el puño que abre el hueco

he cavado tan profundo

que olvidé cómo se siente estar afuera.

 

es un sueño recurrente

no reconozco las calles ni el camino para regresar a casa

estoy descalza y llueve

no logro caminar sin resbalarme, entonces caigo,

mientras gateo, mi cuerpo abre nuevas fracturas en el piso.

 

nunca antes había temido la muerte de mis padres.

 

 

menos de quince años y soñábamos con ser suicidas

 

prometimos morir a los cuarenta mientras el pasto verde nos cosquilleaba

detrás de las orejas.

 

una intimidad nacía aquella tarde.

las tres teníamos las mejillas sonrojadas y las rodillas sucias.

 

llevábamos uniforme, todavía

y nos creíamos únicas en nuestro maquillaje adolescente,

en nuestros amores de canciones, videos y fotografías.

 

aún no intuíamos el lugar solitario donde una no puede ser más que una misma

no sabíamos que no hay juego alguno que repare esa inocencia.

 

menos de quince años

y hablar de muerte parecía un pasatiempo

¿de dónde vienen esta leyenda de ser jóvenes suicidas?

 

 

arañazos sobre el papel

 

hace frío en esta casa. mis uñas son moretones que se van poniendo blandos. tengo una catrina en el escritorio que se ríe de la muerte. yo no río. los ríos de la muerte son muy serios para celebrarlos con la risa. no hay más regreso a casa. sólo visitas. sólo entregas breves de mi cuerpo en este cuarto donde las paredes se rompen y van creciendo un vello gris, un moho de arena que revienta en estampida. mi ropa helada me observa desde el armario. huele a recelosa humedad, a cartón abandonado bajo la lluvia. el árbol ha crecido tanto que no le miro más la cresta desde la ventana. es un gallo sin cabeza. me despierta con sus flores y penachos color guirnalda. pero no es el mismo ya. ¿quién ha dicho que volver a casa es no poder partir? en este viaje sólo hay partidas. partir el pecho que no se ha ido, partir los huesos que se niegan a morir aquí, partir la piel que se pone agria de saberse extraña. cuento los arañazos en mi cama. son sólo grietas. ningún recuerdo para llevar. las heridas son un exceso de equipaje que no pienso pagar. hecho en méxico, hecho en el reverso de un dolor que se cocina aparte, que se hierve lejos de los ojos de los niños. hecho aquí. en mitad de mis manos crece una espina verde. nadie puede leerme la suerte sin pincharse. soy una aguja infiel. hace frío en esta casa. ¿quién ha dicho que se puede volver a casa sin partir? sin partir la sed. sin partir la risa. sin partir lo que ya no se es. gitana a la que se le quebraron los pies. llorona a la que no le nacieron hijos. araña larga, araña delgada, arañada. no hay más regreso a casa. sólo arañazos sobre el papel.

 

 

manhattan

 

“Existen las montañas, lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría,
Lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
Yo he venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.”

 

Federico García Lorca, Poeta en Nueva York

 

como estar en el décimo piso de un edificio sin ventanas ni puertas. y sin saber volar.

el constante pulsar del abismo,

el estímulo insolente de sus siempre iluminadas calles.

expuestas,

como una vieja cantina llena de orines.

encantadora y sucia.

 

en esta ciudad no habita el silencio.

el silencio es una planta muerta que crece su pelo debajo de este cascarón de concreto.

pero no existe. se ha muerto.

esta es la ciudad del ruido,

del no saber (no poder)

detenerse para contemplar.

 

el parque es un grito,

una paloma violenta que abre su garganta y chilla.

un racimo de hombres y mujeres actuando como niños,

engolosinados consigo mismos,

con su inútil belleza, con su esterilidad.

 

manhattan. como estar en el décimo piso de un edificio sin ventanas ni puertas.

y sin saber volar.

y para qué.

si este es un constante caer sobre las rocas,

sobre los pies sucios del vagabundo que no sabe cómo se es viejo en esta ciudad.

 

porque esta ciudad no sabe ser vieja.

porque se pudre en su ambición niña.

 

mírala ahí, atolondrada y confundida en su times square.

creyéndose próspera y fértil.

el dinero escurriéndosele como maquillaje sucio.

detrás del neón la miseria enseña sus dientes y se ha puesto a llorar.

es una arruga profunda y hedionda. pero nadie la quiere mirar.

 

mírala ahí, jugando a ser radical, en sus calles manchadas de graffitis,

en sus pequeños artistas de lentes obscuros, labios rosas, delgados y nerviosos

con perros diminutos y estúpidos colgados del brazo.

tatuajes por desobediencia. ideología vestida de excentricidad.

 

hay un cordón umbilical que nos cocina las entrañas.

está hecho de metal y tiene el sabor crudo y tenso de la carne muerta.

 

manhattan. décimo piso. sin ventanas ni puertas.

ni vuelo ni caída.

nuestras manos como nudos. nuestras bocas en forma de bozal.

 

 

mujer en la ventana o crónica desde el Caracas Palace

 

es una suerte que estas ventanas no estén hechas para saltar.

 

todos sus vidrios son una trampa,

una red fría y trasparente para pegar nuestras narices torpes,

una y otra vez,

ensayando el golpeteo de las moscas.

 

por las noches, las ventanas son dobles espejos.

 

el adentro donde estoy yo atada a estas blancas y tensas sábanas

luce frágil,

como la vida de un espectro.

 

el afuera de altos edificios, en cambio,

elegante e iluminado, es lo tangible,

el éxtasis de lo material.

 

la ventana proyecta

el interior con una especie de desprecio.

 

no merece este cuarto ser retratado

 

lo dije ya

lo real, el afuera

el adentro, lo ficticio.

 

 

bipolar

 

dulce

letalmente dulce y desamparada.

algo en ti me llena de amor

alto en ti me hunde en la tristeza.

 

será tu carita enjabonada,

tu disimulado pero rabioso empeño

por ser escuchada.

 

tú, contra la pared

y con la nariz reventada.

abriéndote el pecho y los labios para ser compartida,

suculenta presa en mitad de la pesca.

 

tú, jugando a ser niña

pretendiendo que no eres perseguida ni víctima

que sólo juegas a esconderte.

(reclinada tu cabeza sobre el lavamanos

tus dientes alumbrados

dilatándose en el grifo).

 

algo en ti me dice que debo echar a correr

más aún, que debo darme prisa.

que en ese tu ritmo de adolescente hay un afán,

un loco afán,

por acabar pronto contigo misma.

 

te crees más astuta

mucho más astuta de lo que eres.

(te lanzas, como si nada, al precipicio,

como una piedra de bordes lisos cayendo con la rapidez

de un círculo incendiado).

 

gritas para no pasar inadvertida.

tú, en mitad de la calle,

febril, siempre, febril

bajo los faros amarillos, tapizados por luciérnagas.

 

dulce

letalmente dulce

(extinguiéndote en el filo de tu belleza).

Gema Santamaría

Gema Santamaría (1979. Managua, Nicaragua). Es escritora y académica. Es autora de los libros  Piel de Poesía (Managua-México, 400 Elefantes-Opción, 2002), Antídoto para una mujer trágica (México, Mezcalero Brothers, 2007) y Transversa (México, Proyecto Literal, 2009). Sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués, francés y alemán y han sido publicados en diversas antologías y revistas, incluidas Letras Libres, Revista Altazor, y ReVista: Harvard Review of Latin America. Es editora, junto con  las poetas Lauri García Dueñas y Jocelyn Pantoja de la antología de poesía Apresurada cicatriz: instantáneas de poesía centroamericana (México, Proyecto Literal, 2013). Es integrante de la …

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