Una poética sosegada (conversación con José Kozer)

Una conversación con el poeta cubano José Kozer, uno de los mayores representantes del neobarroso latinoamericano

José Kozer (La Habana, 1940) quizás sea hoy, el poeta más avanzado de la lengua[1] —o al menos eso afirma Roger Santivañez, autor peruano con ciertas afinidades en el tratamiento del lenguaje. Se trata de una producción poética sostenida a lo largo de más de cincuenta años y cientos de publicaciones. La densidad de un lenguaje que trabaja con la materia cotidiana, con los restos de una experiencia que se expande y reordena dentro del poema, que se multiplica conservando cierta estructura y unidad. Dispersión y concreción, el oxímoron, el ya mentado rizoma deleuziano que suele asociarse al neobarroco (neobarroso, neoborroso, barrococó…), ese conjunto de poetas latinoamericanos que él mismo Kozer se encargó de reunir junto a Roberto Echavarren y Jacobo Sefami en el hoy ya mítico Medusario (1996). Rigor, resistencia, libertad.  Una poética y un modo de vida que el autor cubano no se contuvo de compartir en la siguiente conversación. Aquí, una breve reproducción de la misma:

 

—Quería empezar hablando, no sé si la palabra es correcta, de su identidad. Pareciera que hay una especie de desajuste ahí. Usted es judío en Cuba (padre polaco, madre checa), luego extranjero en Estados Unidos, pasa de Nueva York a la Florida, etc. ¿Todo ese movimiento afectó de alguna manera su escritura?, ¿se trata de una posición distinta desde la cual observar, quizás con más independencia o extrañamiento?

 —Hay varios asuntos muy complejos acá y si incurro en una metedura de pata, pues incurro. Yo no creo en esto de la identidad, hoy mucho menos que nunca porque se ha convertido en un negocio. Son los que te van a invitar a tal lado, los del discurso de las minorías... Yo siempre he dicho: no hay mayor minoría de minorías que ser poeta. Sobre todo si eres uno cuya trayectoria, cuya escenografía se marca de una manera distinta. Entonces son escenarios más que identidades. Nos rodea tanto miedo, tanto oportunismo, tanta maledicencia a muchos niveles, que lo único que hemos hecho es dañarnos, y yo estoy contra el daño. Cuando Gandhi habla de la pacífica resistencia siempre olvidamos que la palabra que él utiliza, Ahiṃsā, significa en sánscrito precisamente eso: no dañar. 

»Entonces uno se encuentra en una situación que va un poco en retirada desde el principio. En el fondo es muy extraña mi situación con Cuba porque nunca he sido rechazado totalmente. A mí se me ha publicado dentro y al mismo tiempo también he sido rechazado en el exilio, que es un lugar donde hay muchas desavenencias y una especie de incomprensión de unos con otros. Así que me he visto, sobre todo a partir de cierto momento de mi vida, necesitado de un alejamiento. Cosa que no ha sido muy difícil porque estoy comido por mi trabajo, que además es una jouissance, una especie de regodeo de vida viva. 

»Cuando entro en el budismo Zen aprendo tres cosas fundamentales. Primero: no hablar demasiado. Segundo: sostener la postura correcta. Y tercero (muy importante): alejarse del mundo. Pero no por rechazo al mundo, porque eso es imposible. Yo soy un ser histórico, como lo eres tú o como lo es cualquiera. Pero sí a tomar un tiempo aparte para la meditación. Yo he meditado toda mi vida. Mal. Quince minutos, diez minutos, tratando de vaciar una cabeza que es un abarrotamiento de cosas cubanas, judías, americanas, que vienen de los países eslavos, que tienen que ver con toda América Latina. 

»Cuando recibí el premio Neruda me llamó mucho la atención. Era la primera vez que se le daba a alguien que hacía este tipo de poesía. Bueno, entonces yo fui una chiripa. Claro que me alegró mucho, pero fue un chiripazo. Ahora me enteré que me han nominado para el Reina Sofía. Está bien, pero no necesito nada de eso. Si me permites un vulgarismo, para mí todo eso es un coñazo. Me saca de mi mundo, me saca de mi realidad que es escribir, leer y disponer del dinero suficiente para sostener dignamente una vida de familia. Una vida en la que ahora mismo, antes de esta conversación, entró Guadalupe a contarme varios asuntos que están ocurriendo en el edificio y que ella está resolviendo. Yo confío plenamente en ella porque ha sido mi compañera día y noche. Y este compartir mundo, poesía, actitudes, con todas las dificultades de rigor, ha sido una dicha. 

 

“Dos claves de mi poesía: el entramado español fundiéndose en el entramado oriental”, escribe Kozer en sus diarios —martes 28, mayo del 85. Y más adelante: “El cansancio dulcifica. Se me cierran los ojos. Apenas puedo seguir con este apunte. Sin embargo, veo claro el camino: austeridad, interioridad, escritura: lo inapelable”

 

—Sobre esta especie de vida retirada dedicada a la escritura, en sus diarios, Una huella destartalada, aparece armado una especie de ritual o de rutina que de alguna manera acompaña o finaliza en la escritura de un poema diario. Me hace pensar en este aspecto muy Zen de la disciplina y la vida contemplativa. ¿Qué tan importante son estas rutinas laterales al momento de escribir? 

Una huella destartalada es un libro muy curioso. Fue escrito en tres momentos distintos en España, sacado de mis diarios personales en tres veranos totalmente ajenos el uno del otro. Y fueron rehechos, reordenados, trabajados, sin ninguna intención particular, sino porque me gustaba la idea de rescatar algo en esos textos. Tengo 64 volúmenes de diarios personales, algunos de los cuales ya han pasado a la universidad que ha comprado mi patrimonio literario. Es una cosa única y no lo digo como vanagloria. Nunca hubiera creído que yo podía hacer esto. Pero en 1964 empecé a escribir en mis diarios sistemáticamente y al mismo tiempo a cartearme con gente... Todo eso es muy estimulante y de alguna manera va marcando la escritura. 

»Pero ocurre un fenómeno muy curioso porque se ha convertido en un best seller desconocido. Una especie de libro que tu generación va descubriendo poco a poco y se interesa hasta el extremo de que varios jóvenes me han contado a posteriori que, de algún modo, han encontrado en mis diarios la pauta de cómo puede vivir un poeta. Un poeta en el mundo actual, post-romántico, no en el mundo de Rimbaud o Baudelaire, ni siquiera en el de las locuras de Hölderlin… los que van por caminos distintos pero pagan muy caro esa separación. No. Sino la vida de alguien que está inmerso en su cotidianidad. A mi me gusta usar la palabra burguesa porque yo vengo de una burguesía, esa clase media un poco entrampada entre dos escenarios opuestos que son el reventón, por un lado, y esta especie de vida desapacible, especial, de “soy poeta”. O sea, toda esta proclamación casi pública, que es una cosa que yo prefiero tener a un lado.

»Lo de escribir un poema diario… primero, me parece muy poco. Una vez, casi en broma conmigo mismo, fui a la computadora y dije, déjame ver cuánto espacio ocupa mi poesía. Que es ingente, ando por el poema quince mil seiscientos veinte y pico, yo qué sé. ¿Sabes qué espacio ocupa en la computadora? Una rayita pequeñita, pequeñita. Digo, aquí hay que confiar en que uno debe ser un individuo modesto, porque toda una historia, toda una vida, toda una lucha, eso es lo que es: una rayita. Bueno, vamos a ver al bardo, dije, vamos a ver el espacio que ocupa Shakespeare. Menos que yo. Ah, fíjate tú. El gran poeta, el dramaturgo mayor del mundo, del que nadie duda. El tipo más citable de la historia de la literatura, que es un ser único, extraordinario, siempre oculto, oscuro, pero al mismo tiempo muy visible porque tenía que ganarse la vida. Y este tipo ocupa en la computadora todavía menos espacio que yo. Claro, esto es una broma conmigo mismo, porque no tiene ninguna trascendencia. Pero es una verdad también, en el sentido de que esta vida recogida, esta vida que te lleva por ciertos caminos, pues ha sido mi historia. 

»Fijate, yo volví a Cuba en el año 2002. Fuimos con Guadalupe bien recibidos y al mismo tiempo me ponían a prueba constantemente. Yo ya era considerado, entre comillas, importante, y ese día, 7 de febrero, que yo llegué, escribí un poema. Y al día siguiente otro. Así durante una semana. Cuando regresé en el avión iba escribiendo y desde entonces lo empecé a hacer diario. Un poco sin darme cuenta y sin hacer de eso algo del otro mundo. Una vez en México me preguntó un periodista: José, ¿es verdad que usted ha escrito un poema todos los días? No, respondí. Y este hombre muy emocionado se dirige a su compañeros y les dice: ya ven ustedes, es imposible escribir un poema diario. Perdón señor, continué, usted me ha interrumpido, pero a veces escribo dos. Bueno, era de cachondeo, una cosa divertida, pero lo he hecho hasta el día de hoy en distintas etapas y de distintas maneras. Es una vida y no me siento del todo descontento. 

»Entonces me fui dando cuenta de que en vez de vivir de mí hacia la escritura, puedo vivir de la escritura hacia mí. Y es eso lo que yo empiezo a acoger como modo de vida. No pretender, no buscar ni querer nada en concreto. Siempre en mis diarios anoto estas cosas para no dejarme llevar, sobre todo por esto que se llama reconocimiento, que es la causa de que a muchos se le vayan los humos a la cabeza. Bueno, para mí no tiene la menor importancia. Lo que me mueve es este hecho de que escribo y sigo escribiendo. Es una vida muy hecha, una vida muy dulce. Cuando en Tolstoi el príncipe Bolkonsky dice que él quiere morir dulcificado, yo entendí que eso también era para mí. No quiero resentimientos, no quiero hacer daño. Porque esto es una forma de dar y de recibir vida. Y un joven como tú, que también tiene una lucha, una intensidad, un modo de dar palos de ciego… porque esto es un palo de ciego. ¡Pah!

 

“El registro localista, costumbrista, unívoco, desaparece. Las palabras se internacionalizan, se vuelven aldeas globales, pertenecen a todos, de modo que un chicano o un cubano americano, son dueños de asimilar todo el lenguaje de la lengua castellana, sin sentir el menor empacho”, dice en una conversación con Maurizio Medo publicada por Vallejo & Company en el 2014. “La escritura que hago, que hacemos varias gentes del continente latinoamericano, es una escritura barroca natural. No estamos imitando a los clásicos, ni mucho menos desvirtuándolos o derrocándolos”. 

 

—En muchas ocasiones se ha referido a la tradición de la lengua española como una tradición de naturaleza barroca. No es necesario dar ejemplos, basta con observar lo que ocurre en la lengua desde el Arcipreste hasta la fecha. Sin embargo, como ya ha comentado antes, en algún momento de su vida se encuentra con la tradición poética y filosófica de Oriente, que de alguna manera suele operar de forma distinta. Hay cierta transparencia, ciertas diferencias formales y conceptuales en una renga o un kōan que los separan de un soneto. ¿Afecta esto su escritura?, ¿encuentra alguna contradicción?, ¿cómo la maneja?

—El encuentro entre Oriente y Occidente es algo que la humanidad siempre debió haber hecho y nunca hizo, por razones tan complejas, históricas más bien. En este momento de mi vida yo no encuentro ninguna dificultad entre estos dos mundos en apariencia opuestos pero en perfecta armonía. Hay tiempo para todo. Paso etapas en las que leo constantemente literatura oriental. No solo un Suzuki o un Alan Watts, sino otro tipo de cosas. Y la voy manejando y trabajando a mi manera sin que eso desarmonice con esta necesidad (tampoco imperiosa, sino que está ahí) de hacer una escritura compleja, distinta, con sus razones de ser dentro de otra tradición. Que es, como tú bien has dicho, la tradición de un barroco que se mueve más que en la armonía, en la dificultad de la diferenciación. 

»Quevedo y Góngora debieron haber sido muy buenos amigos pero no fue así. Hasta el final Quevedo despotrica de Góngora, se burla de su físico. Éste acaba casi muriéndose de hambre, viviendo en una casucha en Córdoba que pertenecía a Quevedo y cuándo éste se entera lo echa a la calle. Es una crueldad y una estupidez extraordinaria… pero Quevedo es Quevedo, un tipo extraordinario como poeta. Entonces empiezas a separar la vida personal del trabajo de la poesía, y yo quizás, como en el caso de Lezama, soy más gongorino que conceptista. Pero respeto ambas formas y con Baltasar del Alcázar crean un momento realmente único que luego tiene repercusiones en el mundo inglés. John Donne, por ejemplo, dice que él viene religiosamente de Santa Teresa de Jesús. Luego todo este camino es seguido por los demás poetas metafísicos (de los que habla Eliot) y que son importantísimos hasta el día de hoy, aunque sean muy distintos entre ellos.

»Yo escribí un poema hace muchos años donde hago una especie de dibujo de John Donne. Es muy divertido, porque estoy viendo cómo funciona la cabeza de este tipo que es muy mujeriego, muy enamorado, y al mismo tiempo absolutamente religioso, con una visión de la divinidad, de la trascendencia, muy verdadera y muy compleja. Cuando él cita a Santa Teresa me conmueve muchísimo porque yo estoy convencido de ser su reencarnación. Mira, ella es judía, compartimos el mismo día de nacimiento, yo nazco en la Habana en una casa con el número 515 y ella en Ávila en el año 1515. Por supuesto, todo esto es una broma. Yo no creo en reencarnaciones ni nada por el estilo, pero es como una especie de llamado, de coincidencia.  Esta mujer ha sido para mí muy emblemática porque en cierto sentido yo soy como ella, un hombre entre cacharros y entre las pequeñeces del día.

 

[...] Leía a

Santa Teresa, a fray

Luis de Granada,

Pedro de Alcántara

con su cilicio de latón,

Malón de Chaide:

cómo se justifica

leerlos en penumbra

y noches cerradas,

en alta madrugada

entre juguetes de

hierro coleccionados,

robados de las tumbas

sagradas de la India,

acompañaban a los

niños hindúes muertos

a deshora en su viaje

ulterior: pagaba, no

regateaba, el caso

era aumentar mi

manía de coleccionar

(toda una retórica)

para gloria y vanagloria

de la sala: muebles de

majagua, arcones de

palisandro que olían

a alcanfor [...]

 

[Fragmento De últimas horas]

 

—También mantuvo una buena relación con Nicanor Parra cuando usted era muy joven. ¿No es así? 

—Él tenía 60 años y vivía con la hippie chilena (él la llamaba así) que a su vez es la madre de dos de sus hijos, a quien yo conocí y vi crecer porque jugaban con mi hija. Nícanor era un ser complejo y cuando lo vi por última vez tenía 99 años. Yo estaba en Chile invitado, ya no recuerdo para qué y un amigo me contó que había hablado con él hacía un tiempo y se acordaba perfectamente de mí. Así que fuimos a su casa y dijo que me recibía con gusto pero no más de 15 minutos. Para hacerte el cuento corto estuvimos más de dos horas y era Nicanor el que no me dejaba ir. Al principio cuando entré no me reconoció. Hasta que en cierto momento pegó un golpe sobre la mesa y dijo: ah, pero sí eres tú muchacho, el de la botella de champagne. Y empezamos a divertirnos, a reírnos de las cosas que habíamos hecho. Entonces yo era muy joven. 

 

Kozer cuenta un par de anécdotas de sus años en Nueva York con el autor de los Antipoemas. La vez que entre ambos, por iniciativa de Parra, se bebieron por accidente una champagne de más de 12 mil dólares, regalo de Ezra Pound al dueño del departamento. Los paseos por el Village y la Calle 8. Los juegos de sus hijos en el parque. La vez que el chileno hizo uso de su condición de poeta célebre para comer de gratis, a pesar de los apuros económicos de su acompañante.

 

—Al final de la visita, cuando ya vi que estaba muy cansado, le dije, bueno, Nicanor, nos tenemos que ir. Y él dice, bueno, qué pena, qué pena… pero espérate. Y como tenía un Volkswagen decrépito aparcado en un sitio fuera de su casa, se fue corriendo como un niñito y se metió en el carro. Entonces me miraba irme y nos hacía así  [hace señas con la mano] mientras tocaba el claxon. Es un recuerdo muy notable.

—Este tipo de diálogo entre generaciones también ha ocurrido en el sentido opuesto. Hace algunos años publicó un libro junto al también chileno Enrique Winter, nacido a principios de los 80s.   

—Enrique Winter para mí es un gran poeta, en muchos sentidos. 

—Solo que ahora él sería el poeta joven y usted el consagrado. ¿Cómo es su relación con las nuevas generaciones?

—Cuando son unos pendejos, muy mala. Cuando son gente que yo considero de interés o valiosa, inmediatamente apoyo y hago lo que puedo por ayudar. Yo pasé por mucho, entonces siento que es mi deber echar una mano. A Enrique, en un momento dado, le pasaron algunas cosas terribles. Entonces, me la acerqué un día y le propuse hacer un libro juntos. Vamos a hacerlo como dos amigos, le dije, un poeta joven y un poeta ya reconocido, compartiendo un número de páginas más o menos iguales, tú vas haciendo tus poemas y yo te voy mandando los míos. Fue como ir reaccionando cada cual al poema del otro. Enrique como que fue escalando una especie de montaña donde él se dejaba llevar por mis poemas. Una especie de reciclaje, de movimiento poético donde no había competencia sino simplemente el juego de dos amigos. 

»He hecho ahora otro libro con una poeta cubana, Soleida Ríos. No se pudo publicar en Cuba por razones siempre problemáticas, pero el libro está. A mí no me cuesta ningún trabajo hacer este tipo de cosas, ya un poco al final de mi vida, pero bueno… eso me ha dado una enorme libertad, que es lo que necesito y quiero. Soy libre de hacer las cosas sin dar explicaciones. Hago mi trabajo como un carpintero, como un alfarero, y ya. He visto mucha gente, entre comillas, famosa en otra época y hoy no son nadie. En la tradición nicaragüense, por ejemplo, hay poetas que son muy conocidos en Nicaragua pero que están bastante olvidados afuera.

—¿Le interesan los poetas nicaragüenses? 

—Darío es un buen mal poeta. Un poeta muy defectuoso y por otro lado maravilloso, con poemas deliciosos y encantadores. Recuerdo poemas de José Coronel Urtecho y Carlos Martínez Rivas que me alucinaron. Un día cuando yo me llevaba bien con Ernesto Cardenal coincidimos en un sitio, me le acerqué, le di mi nombre y él me dijo: bueno, si tú eres ese poeta del que mucho se está hablando ahora mismo en Nicaragua, uno que te lee y te venera es Carlos Martínez Rivas, ponte en contacto con él. No lo podía creer, es un poeta extraordinario. Luego sucedieron cosas y con Cardenal nos peleamos. Me despreció olímpicamente. Siempre decía, ah, usted es ese poeta cubano radicado en el extranjero, con un desprecio tremendo. Una vez nos encontramos en un encuentro de poesía y leyó un poema malísimo. Tenía cosas buenas como El estrecho dudoso, que es un rifachimento sacado de las crónicas, muy bien hecho. Pero también tenía mucha porquería y recibía los aplausos, los beneplácitos. Hoy, eso ya no existe. 

»Por ejemplo, yo fui amigo de Pablo Antonio Cuadras, que para mí no es un poeta importante pero sí un hombre de una gran decencia, de una corrección. A Joaquín Pasos lo leí gracias a Álvaro Mutis. ¡Tremendo! A Salomón de la Selva, que era una persona muy chistosa pero como poeta… Ernesto Mejía Sánchez también me interesó mucho. Entonces, sí, mi relación con Nicaragua ha sido de lectura.

—Ahora que habla de Cardenal, alguna vez he dicho medio en broma medio en serio, que es el responsable de que la poesía nicaragüense haya entrado en crisis. De alguna manera institucionalizó desde el poder un modo de escribir y en términos generales acabó con la discusión dentro del lenguaje. Hoy en día es muy difícil rebatir ese mito sin caer en el sentimentalismo o la negación absoluta. Se lo he comentado a poetas extranjeros (Julian Herbert, Mario Montalbetti, Eduardo Milán) y les ha dado mucha risa. 

—Yo creo que el poder es de lo peor que le puede pasar a un poeta, porque llevar eso bien y seguir escribiendo te malea muchísimo. Este es un oficio muy solitario. Una vez estuvo Cardenal en Nueva York y empezó a hacer las preces de los graffitis, a pontificar diciendo que eran una maravilla, que eran el futuro del arte. Bueno, los graffitis son una cosa popular, que están muy bien y tienen su saber, pero llamarlos el futuro del arte es una exageración. Cosas como esas te alejan del oficio, te hacen daño. También en medio del camino se van quedando muchos poetas injustamente. Por ejemplo, yo soy un defensor de Elvira Hernández, que merece lo mejor y por fin le han dado un reconocimiento importante. Está el caso de Glauco Mattoso, un poeta brasileño, ciego de nacimiento, que escribe unos sonetos maravillosos en portugués. O Josely Vianna Baptista, para mí una poeta y traductora importantísima. Jorge Esquinca y Rocío Cerón, por ejemplo, poco a poco van marcando un salto.

»Pero te repito, hay que estar convencido de que nadie te sigue. Muy pocos realmente te leen en vida. Y de la muerte para allá, quién sabe. Lo que sí pasa a veces es que alguien lee un par de poemas y se encandila. Y por ahí va el asunto. Todo esto es muy sintomático de la situación de la poesía. No se nos hace caso y quizás está mejor. Siempre es un poco así. Son unos vaivenes extrañísimos de los cuales ni tú eres responsable ni tienes por qué pensar en eso. Así que mejor haz tu vida tranquilo, gánate tus pesos y separa eso de lo otro, de tu vida interior, de tu búsqueda.

[1]  Ciclo de poesía hispanoamericana actual 2023-2024, UPRRP https://youtu.be/8Dl3wmRRU18?si=9iOaBO4Iyt7Dw06K&t=3715