Rossella Di Paolo: la poesía como acto cotidiano

Una invitación a la poesía de Rossella Di Paolo por parte del poeta Víctor Ruiz

Descenso fotografía de Grethel Paiz

Una hermosa casualidad me llevó a la lírica de Rossella Di Paolo, buscando poemas para leer con mis estudiantes (a veces leo uno antes de iniciar la clase para motivarlos o motivarme) me encontré “Profesora de Lengua y Literatura” un texto en el que una maestra se despide de la enseñanza con un sentimiento de liberación y una actitud sarcástica e irónica: Ya no la tarjeta en la tostadora horaria / saltando con su tardanza al rojo vivo / ni exámenes para probar cuánto resisten / mis nalgas en el pupitre… Inmediatamente atrapó mi atención, no porque me hablara de una experiencia compartida, sino porque de alguna forma yo era esa profesora  -ecce femina- que nunca más se parará frente a la pizarra (todo profesor ha soñado alguna vez con abandonar la docencia, más si es poeta amateur como yo) cucharón en mano para meter en los platos vacíos de las cabezas de sus estudiantes conocimientos que de nada le servirán para la vida: el engrudo homérico, la berenjena eglógica / el acento esdrújulo y miserable, ni más / tizas de colores, salsas de tomate, / para abrirles las bocas / ojala el entendimiento. En este poema, como en el resto de su obra, encontré una voz que partir de experiencias particulares crea una correspondencia con el lector porque lo hace partícipe de sus emociones, sentimientos y sensaciones: Se acabó la clase, la ilusión de mango, / todos al recreo, yo al recreo (pero sin vuelta) / al recreo de desclavarme de la pizarra / y saltar por la escalera al fin resucitada. No es extraño, entonces, que después de leer este agudo poema no me haya sentido totalmente identificado con esa profesora que se libera al fin de sus grilletes, y aclaro, no se necesita ser docente para experimentar lo que la voz lírica dice, cualquier otra profesión u ocupación puede vivir el poema y respirar al fin de año, en vacaciones o ya por último el fin de semana gritar: Ultimo día, las rejas se levantan,  / y en este valle ameno / nubes, sepan que canto, / sepan que canto, bestias.

Leer por primera vez a un poeta y quedar prendado de su voz es como enamorarse a primera vista, queremos conocerlo todo de ese ser que nos ha partido en dos. Este feliz encuentro (o enamoramiento) me motivó a buscar información de ella en las meandros de la internet, así me di cuenta que Di Paolo formaba parte de esa tribu exquisita que es la poesía peruana;  que defiende ferozmente la naturalidad del poeta, tanto que en sus publicaciones omite referencias personales, fotos de presentación, premios y esas banalidades que los poetas solemos poner en las contratapas, y así lo señala ella en Contracara:

 

No escribí nada detrás de las galeras, nada detrás de los cuadros

ni ficha personal ni premios florales

tan hermosos y convenientes

como coronas de muertos

ni foto en pose de sorpresa.

 

Que pertenece a la generación del 80,  ha  publicado cinco  libros  de  poesía: Prueba  de  galera (1985), Continuidad  de  los cuadros (1988), Piel alzada (1993), Tablillas de San Lázaro (2001) y la Silla en el mar (2016). Este año, en mera pandemia, le fue otorgado el premio Casa de la poesía peruana, galardón que reconoce su trayectoria poética y “su capacidad lúdica para abordar episodios cotidianos, míticos y vitales que invitan a cuestionar nuestros vínculos con la naturaleza”.

Un aspecto interesante de su obra es la forma en la que se integran sus poemarios. El mar por ejemplo es un motivo recurrente en toda su poesía, desde Pruebas de galera hasta Silla en el mar podemos ver cómo este motivo nos remite a una simbología que va adquiriendo significado según la experiencia personal. En  su primer libro la imagen del mar es la de un dios solitario que contempla el dolor y la belleza del ser humano sin poder involucrarse:

Hay quien camina por la playa con

                                         /balanceo de triste

          tanteando olas alineadas como huellas

                                              de ajenjo amargo

       Cómo succionan las pupilas el cristal

                                                           /de olvido

              para arrimar cosas rotas escombros

                                                            /de danzas

       Hay quien se desploma con la boca sucia

                                                    /de esa risa

          que nada saber de la felicidad

      sino de esa amarguísima condición de ajenjo

         que descorcha el mar y sirve

    alzándole los ojos para dejarlos bien llenos

de algo que no es saliva no es ajenjo sino

                                                        /un llantito

   de borracho que camina por la playa

   con los brazos extendidos queriendo. (La pena)

Igualmente, una segunda parte de un poema puede aparecer no en el mismo libro sino en el siguiente: “Amor de verdura” en Continuidad de los cuadros y “Amor de verdura II” en Piel alzada. El tono desaforado, tierno y lúdico de su voz poética también es otro rasgo que atraviesa todos sus textos y les confiere unidad. Esto me lleva a suponer que ya desde su primer libro Di Paolo se planteó una obra total, es decir, un libro al estilo de La realidad y el deseo de Cernuda, Cántico de Guillén, Recolección al mediodía de Mejía Sánchez o La insurrección solitaria de Martínez Rivas. De ahí que su producción poética pueda ser leída, o al menos así la leí yo, como una especie de bitácora vital en la que la vida misma es la materia con la que se tejen y destejen los versos: sin otra luz que mi rabia por vivir / y escribir lo que viviera… lo que en el corazón ardía / nos dice en “La noche oscura”; o en “Contracara”: no existo sino en lo que va por dentro / como una procesión de grandes negros / sobre las calles cada vez menos claras / de una página, de todas las páginas /que tú no vas a leer porque no me conoces.

La construcción de la imagen es otra característica particular de la obra poética de Di Paolo. Me recuerda la poesía contemplativa y sensorial de los antiguos orientales, sobre todo la de los haikús japoneses:

Sol de bronce

Alto

En campanarios de aire

Llama

A su giro encantando

La quietud del árbol

En algunos poemas podríamos extraer versos que por sí solos funcionarían como poemas breves porque tienen el poder de condensar una experiencia sensorial, así por ejemplo: La playa tendida como un lagarto / llora minuciosa / una vastísima lágrima. O: Hoy la brisa / es pájaro invisible que las ramas presienten / como gitanas tintineantes / cuando desmadejan el hilo prodigioso de las manos.

Otra constante de la poesía de Rossella Di Paolo es lo metapoético o reflexión sobre la poesía misma. En muchos de sus poemas la voz lírica se identifica con el oficio de poeta y presenta la escritura como un proceso que nada tiene que ver con lo grandilocuente o elevado. Todo lo contrario, escribir poemas es acto cotidiano como el amor o la vida. Ni escribir, amar o vivir en su poesía son experiencias románticas o trascendentales, son más bien acciones que exigen sudar, cansarse, caer y levantarse: mi cama de combate con tantas palabras que poner / y enderezar/ el poema en mi cuello / y todos mis sentidos suspendidos /. En “Al hipócrita lector” Di Paolo nos advierte que la poesía es como recoger inmundicias, bolsas reventando de palabras, con las que podemos tropezar cada vez que salimos a la calle. Esta irreverencia la vemos también en “Descabezo estatuas” en el que la poeta se propone bailar con sus amigos sobre la lengua de Vallejo:  

Me canso de frotar una palabra con otra

Y hacer chispita

Ya no quiero poner esta letra aquí,

Esta tonta coma

Pido una zancadilla para que caiga de narices

El alto verso

Quiero sacar las palabras de mi casa

A empujones

Y coger el pronombre por los pelos

Hasta hacerle confesar la dirección del sustantivo

Para entrar a su línea dando voces

Para arrimarle un clavo entre los ojos

Para aplastar con mis pies a sus mansos adjetivos

Para agarrármela a escobazos con los verbos conjugados

Con los verbos no conjugados y con los adverbios

Si me miran mucho

Quiero abrir las ventanas y que entre

Una luz no escrita

Y apilar los libros en el patio

Y colgar la máquina de escribir en la pared

Como una cabeza de venado con su bala

Limpiamente acertada entre la M y la N

Antes de prender fuego a la casa

Y bailar con mis amigos sobre la lengua de Vallejo

Sin tener después que juntar los pedazos

Y contarlo llorando en un poema.

Veamos cómo las acciones verbales que remiten a la escritura del poema no presentan ninguna connotación sagrada o mágica de la palabra. Porque precisamente para Di Paolo el poeta no es un mago ni un ser extraordinario, se parece más bien o debería parecerse a los muchachos que recogen la basura y limpian las calles inadvertidamente o el ama de casa que diariamente ordena los muebles y utensilios de su casa, de esa misma forma ella ordena la casa de la poesía que habita.

Esta visión de la poesía es la misma que nos presenta del amor. Para ella los amantes no son esos personajes que nos vende la publicidad o los programas de entretenimiento, no se nutren de rosas sino de verduras, se defienden de la noche que avienta sus máscaras de arena con las pequeñas armas de la cotidianidad, si hemos de correr a coger el día, le dice la poeta al amante en "Amanecen dos", que sea con mis manos al final de tus piernas, / siempre así amor furiosamente entremezclados,/ furiosamente como el día que se alza/ y nos sostiene en equilibrio sobre el fuego…

A la poesía peruana le debo muchos momentos felices: el lirismo transparente y sosegado de Watanabe, el coloquialismo nostálgico de Cisneros, la ternura de Hildebrando Grande, la irreverencia verbal de Carmen Ollé, el surrealismo luminoso de Blanca Varela, la máquina metafórica de Enrique Verastegui, la sensualidad de César Calvo, entre otros. A esta familia poética se le suma ahora la voz meditativa, romántica, desaforada de Rossella Di Paolo.