La herida y los colores

Breves anotaciones en torno a dos poemarios recientes de autores mexicanos contemporáneos.

Fotografía de Sergio Palma (ver galería completa).

Libreta de colores

Apuntes sobre O reguero de hormigas (2016), de Yolanda Segura

 

Mucho se ha dicho de la psicología de los colores y de las múltiples interpretaciones que se le puede hacer a “X” o “Y” color. Hemos pensado en los colores desde el aura, la poesía o, incluso, en los botes de pintura Comex. Los colores, queramos o no, terminan por determinarnos o por identificarnos; muchos han teorizado en ello, tal es el caso de Goethe, que cuestionó diversas teorías que demostraban que no pueden aplicarse reglas universales: la percepción del color depende de la experiencia individual. Dicho lo anterior, la poesía por sÍ misma representa exactamente lo mismo, una experiencia del individuo. Nuestros miedos, amores y demás emociones denotan un color y esto Yolanda Segura (Querétaro, 1989) lo sabe con O reguero de hormigas.

Veremos pues, a lo largo de las páginas, una construcción y deconstrucción de lo que representa el color rojo de manera colectiva e individual. Cada página es una brevedad y un espacio delimitado y por ello, Yolanda se apoya del recurso de la poesía documental para crear una dialéctica con el poema. Por ejemplo: “En el siglo xix, el término comenzó a ser usado para noticias relacionadas con el crimen violento, especialmente el asesinato” (18). Yolanda Segura usa el color como pretexto de su historia y como parte del flujo de consciencia que ejerce en todo el libro: todo lo que recuerdas es un ritual en la infancia: “la nana quiere quitarte el susto / la nana quiere que te recuperes en el sitio del espanto / quiere curarte te coloca de pie en el centro del hormiguero y deja que lo rojo te ascienda”. (22). En Yolanda Segura las intenciones van en el color de la memoria, hay una circunferencia de lo que sentimos y lo que queremos ser. Nuestro pasado lo imaginamos en un sepia o en un blanco y negro.

La poesía documental poco a poco abarca mayores trabajos en México, tal es el caso de Balam Rodrigo con Braile para sordos, Luis Felipe Fabre con Sodomía en la Nueva España y nuestra compañera Sara Uribe con Antígona González. Todos estos libros reconstruyen contextos con materiales investigativos para mostrar una perspectiva entre la experiencia y lo informativo.

Yolanda desprende su voz para dar paso a otras voces intervenidas, como en el caso de Olga Orozco, Anne Carson, Diamela Eltit, Lars Von Trier, Cuauhtémoc Medina, Teresa Margules, Marguerite Duras y diversos documentos hallados en la web. De lo citado por Yolanda, yo le agregaría Patricia Smith con Close to death, Natasha Trethewey con Bellocq’s Ophelia y Jena Osman con Public Perbert. Es más que obvio que todo poema converge con sus influencias, en el caso de Yolanda busca el diálogo entre sus referentes mismos.

La conciencia insertada parte de un principio educativo por Daniel Denette, este consistía en crear en los otros individuos unos juicios sobre lo que conoce o vive. Una respuesta que bien puede conducirnos a la fenomenología: en esto no me enfocaré. Yolanda Segura busca darle una sustancia al color, una materia, lo personifica y luego lo despersonifica; el rojo representa el poemario y el rojo representa su propio metalenguaje.

Uno de los puntos más sobresalientes dentro del libro es que abre una serie de preguntas para la reflexión de nosotros los lectores. ¿De qué color es nuestra infancia? ¿Qué representa el rojo en nuestras vidas? ¿De qué violencia estamos construidos? ¿Qué color le otorgamos a nuestro pasado? ¿Será sepia? ¿Será tan gris como nuestro presente? Yolanda abre ese diálogo con el lector en esta libreta de colores que están coloreando historias y anécdotas apenas risibles.

 

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La generación herida

Sobre Tatuajes de un mexicano herido (2018), de Alejandro Paniagua Anguiano

 

Siempre será muy raro encontrarse con libros donde uno se sienta culpable o termine con un malestar. Pienso en cómo hay poemas que a uno se parecen y cómo hay consciencias que nos hacen repensar quiénes somos y en qué parte del oficio estamos jugando. Alejandro Paniagua Anguiano (Ciudad de México, 1977) presenta el libro de una generación repleta de referentes pop y voces en off que están en el backstage de nuestro oficio. ¿Cuántos de nosotros crecimos en una familia disfuncional? A veces, el “vacío” se parece a un videojuego que nunca quisimos jugar. Tatuajes de un mexicano herido (2018) tiene un aliento semejante a Pizarnik y me recuerda un tanto a Olga Orozco; los referentes al Tarot y al cuestionamiento son fundamentales para la creación de este libro. La poética de Paniagua es la de un acumulador, llena su habitación y sigue trayendo cosas a la casa, es un coleccionista de emociones y sus referentes son habituales para todos nosotros. Paniagua juega con las perspectivas de contarnos su percepción del mundo: “Cuando era niño, su padre murió de un pastelazo. Su madre permanece en estado de catatonia sobre la cuerda floja. Su esposa lo engaña, de forma simulada y en silencio, con un mimo”. (17)

Él cambia la perspectiva y nos conduce a una voz más personal: “Otras veces, luego de dispararle a quemarropa a un hombre, me asomo con un ojo por la herida y hago girar al moribundo. La ira, los rencores, las culpas y las ruindades del muerto van conformando estructuras indescifrables de un sinfín de colores”. (25)

Somos una generación que creció con la violencia y el amor hacia los videojuegos y somos una generación que se ha refugiado en las maquinitas para olvidarnos un rato de los gritos del padre o las ausencias familiares. Paniagua nos conecta con un México entre los años ochenta y noventa; el libro nos enseña los primeros videojuegos, los primeros acercamientos a la política mexicana de una generación que apenas descubría el malestar de nuestros padres. Tatuajes de un mexicano herido no excluye nada, todo lo integra y por ello el libro está repleto de un collage que pasa por “Mario Bros”, “Salinas de Gortari” o “Caballo de Troya”. Todo parece caber en unas páginas o un Atari.

Todos somos un baúl o unos pepenadores que metemos basura a la casa creyendo que podrá resanar nuestro pasado. Quizás por eso Tatuajes de un mexicano herido exige releerse y repensarse las veces que sean necesarias. Incluir a Shakespeare y luego hablar de “Pac-man” creo que sólo puede hacerlo Paniagua. Sin errar, sin temerle a los símbolos establecidos. En este sentido, él deconstruye y no lo hace con ideas derridianas, lo hace porque nos compromete a involucrarnos en las consciencias de los personajes. Estructuralmente me parece un libro de postales que uno no quisiera tener, pero existen y están tatuadas en la sangre. Paniagua maneja humor y crudeza al mismo tiempo, pareciera que busca reunir todos los temas posibles y los lleva a una generación que está tatuada con los recursos pop que todos llevamos dentro. No solo recomiendo el libro: recomiendo sus relecturas y más reflexiones.

 

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Tatuajes de un mexicano herido puede leerse en línea en Scribd, en este enlace.