Las mañanas, el deshielo

Sobre el primer libro de Roxana Molinelli, publicado en 2016 por El Ojo del Mármol, en Buenos Aires.

Fotografía de Alain Pallais (ver galería completa).

Roxana Molinelli tiene el cabello rizado y nació en Quilmes en 1983. Poeta argentina, contemporánea, joven y con una voz que me recordó a Anne Carson y su libro the beauty of the husband, por la hábil construcción del libro, una de sus características más notables es que gira sobre su propio eje, tiene una columna anatómicamente construida en la sucesión de los días y las imágenes que rescata del exterior de su cuerpo. Roxana escribe cada verso de la mano del anterior y con la cadencia exquisita que nos recuerda que el lenguaje cotidiano está cargado de poesía. Molinelli en su libro Las mañanas, el deshielo introduce al lector al interior de la vida del autor, nos hace cómplices y una especie de observadores de una historia que comienza al despertar y mirar como se ve al sol bajo el agua (p.7). Recordamos, al leer cada poema, la belleza de cada gesto personal, del carácter ajeno que puede estar lleno de tejidos hermosos y que no nos detenemos a analizar, hasta que alguien (Molinelli) viene y nos recuerda que la mejor forma de escribir un poema es observando poesía.

Sus poemas están estructuralmente tan intimados unos con otros que el libro se puede leer de un tirón, y releerlo es la manera más simple de disfrutar imágenes que sorprenden, como en uno de los textos en donde un día de rutina nos lleva a abrir un baúl viejo y llegan criaturas que hablan de lo simple (p.13); de esta manera nos enseña su ágil manejo de las imágenes y analogías que solo ella podría descifrar, si es que el lector no ha escudriñado antes en el interior de lo imposible.

Después el deshielo

las mañanas, las náuseas

responder

a cada voz de uno mismo

entrando a lo que vivimos y no entendemos.

Y como en la vida misma, hay un punto de inflexión en su poemario, en sus textos que carecen de título porque está de más nombrar un pasaje del día, un punto en donde rompe con el sueño dulce (no cursi) y nos muestra que el dolor es también hermoso; alejada del “feísmo” que ha conquistado muchas plumas contemporáneas, esta poeta escribe con el mismo tono, sonoridad, textura e intensidad verbal con que nos introdujo (como a su casa misma) a su libro.

La poesía de América del Sur me ha dejado en claro la rigurosidad con que sus literatos trabajan el oficio, la calidad con que escriben cada verso e imagen en sus textos denotan horas de intensa labor tallerista y de estudio, un ejemplo para los contemporáneos noveles. Molinelli es una de las joyas de su región, a como son los excelentes poetas Alfredo Veirave (Argentina), Álvaro Ojeda (Uruguay), Alberto Vanasco (Argentina), entre otros. Todos con una característica de sucesión de sus obras, sobrias y con una continuidad ineludible.

¿Y si pudiéramos convertirnos en luciérnagas? (p.43) Seguramente Roxana nos enseñaría el camino al hogar, nombrando calles, ríos y caminos que ignoramos en la rapidez del día que nos aplasta con la misma sombra que proyectamos. Molinelli publicó este su primer poemario luego de participar en el taller de escritura creativa coordinado por Natalia Romero y Verónica Yattah, bajo el sello editorial El Ojo del Mármol.

Roxana y su voz poética usan el recurso de la esperanza, completamente contraria al pesimismo, pero con la misma habilidad con que podemos serlo (el sentir que nada será suficiente porque todo llevará al mismo fin); hago alusión a esto por la misma razón por la que leí más de tres veces Las Mañanas, el Deshielo: cada texto salta de la felicidad del momento (la imagen encerrada en la pupila) hasta el punto quiebre del fin o de lo que pensamos que será el fin, pero con la misma suavidad con que nos toca desde el título del libro:

Tengo miedo de verlo. Si lo cruzo

darle un abrazo agradecido y suave

callar y entendernos

dejarlo ir. (p.29)