Con 300 muertos de fuerza: Poesía (muy) contemporánea de El Salvador

Diez autores nacidos entre 1981 y 1994 en este país centroamericano. Se incluye antología completa en formato .pdf.
Pedimos al poeta e investigador salvadoreño Vladimir Amaya una selección de poesía contemporánea de su país. El resultado, un breve pero exhaustivo panorama que abarca una muestra de la obra en proceso de diez autores a los que Amaya, con gran experiencia en la compilación de antologías, considera imprescindibles. Nosotros, a la vez, hemos seleccionado una pieza de cada uno de los convocados para este número de la revista y ponemos a disposición del lector interesado, para descarga gratuita, la versión completa del trabajo de Amaya, que constituye en sí mismo un libro de referencia obligada para quien busque acercarse a la producción poética más reciente de este país centroamericano.
 
Los editores.


 

 



Roger Guzmán (San Salvador, 1981)

 

Me ahogo, me ahogo, me ahogo

(Fragmento)

 

¡Qué edificante espectáculo hemos dado nosotros
Con nuestras llagas, con nuestros dolores!

Nicanor Parra, Poemas y Antipoemas

 
 

II


Vomito.
Vomito hombres
que vomitan a otras maquinarias y a otros fetos.
Vomito la tormenta
que se alimenta con los pedazos del cielo que se desmoronan.
Vomito un desierto y hastiado me rasgo la garganta,
vomito cielos que enseguida se caen,
vomito tormentas
que agrietan al horizonte,
lo pintan de gris.
Pero me he rasgado la garganta
y lo mancho con mi sangre.

(No me duele nada,
quizá algún día me dolió algo
pero ahora el dolor me aburre).

Vomito sobre mi madre y ella me acaricia.
Me molestan sus manos y la golpeo con todas mis fuerzas.
Da un grito
de placer,
de nuevo vomito.
Muchas mujeres vienen a acariciarme.
Les canto un rap a sus traseros,
golpeo sus traseros,
gimen,
el cielo se desploma y las aplasta.
Vomito un paisaje tropical,
más mujeres vienen a acariciarme.
Mi madre ríe con una lágrima.
Busco a mi padre.
Vomito a muchos padres.
Se esfuman.
Las mujeres persisten y gustan de los golpes.
Los hombres se asesinan entre ellos.
Las máquinas hipnotizan a las personas.
Las máquinas reproducen mujeres y hombres más perfectos.
Los hombres matan a las mujeres.
Los hombres buscan mujeres porque las necesitan.
Se matan.
Las máquinas escupen fuego,
yo escupo fuego.
Todos decidimos quemar al mundo con nuestra saliva.
Queremos quemarnos.
Tenemos que llevar a las brujas a la hoguera.
Ellas también vomitan.
Nos rasgamos la garganta.
Intentamos gritar.
Nadie nos escucha.
Somos dragones.
Las brujas vomitan.
Las montañas vomitan.
Las máquinas vomitan.
Los hombres vomitan.
Somos dragones.
Las palabras queman.
Nuestros ojos queman.
Tenemos frío.
Tanto fuego nos ha dado frío.
Vomito gente.
Me vacío de tanto vomitar y del vómito vuelvo a levantarme.
Vomito el océano y me lo trago.
Decido comerme a mi madre.
Decido hartármelo todo.
Regurgito.
Le doy un beso a mi novia.
La alimento.
Me alimento de ella.
Beso a otros hombres y a otras mujeres.
Los vomito.
Huele a vómito y ceniza.
La ceniza mojada me permite formar figuras.
Hago una escultura en forma de perros,
Perros con rabia.
Otra de gente perseguida por los perros.
Otra de cerdos revolcándose entre el vómito de todos.
Se me sale el vómito aunque estoy distraído.
Me rasgo la garganta.
Construyo al mundo con las cenizas y la humedad.
Mi vómito es la sopa primigenia.
Todos escupen fuego y me evaporo.
Me quedo en el aire
y desde el aire vomito.
Soy vomitado.
Soy ceniza.
Fuego.
Soy el aliento de todas las cosas.
 

Me desprendo de mi mundo y caigo.
Quiero flotar en el abismo oscuro de pequeños puntos de luz,
quiero flotar,
solamente.
Pero caigo      
y las gentes de abajo me ven y creen que soy el cielo
o una bola de fuego suspendida en el espacio.
A mi lado otros caen.
Nadie allá abajo puede ver que el cielo está arriba de nosotros.
Nadie sospecha que pronto nos estrellaremos contra ellos.
Creo que caigo,
pero quizá son los de allá abajo los que caen hacia nosotros.
Hay un abismo horizontal que nos separa.
Hay muchos abismos verticales a mi lado.
Pero yo quería flotar
en aquel abismo más allá del cielo,
con muchos puntos de luz que flotan,
que no caen,
que no responden a leyes de manzanas caídas,
ni a teorías acerca de una gran explosión.
O tal vez sí.
Tal vez todos nos dirigimos a un mismo punto,
tal vez todo se dirige a un mismo punto
para chocar unos contra otros,
la vaca con el perro,
el cerdo con el hombre,
las aves,
las aves,
las aves quizá puedan luchar contra la gravedad,
pero se cansarán,
o podría suceder que en su lucha por esquivar a todo el que caiga
alguien que venga detrás de otro las tome por sorpresa y pueda golpearlas y las hiera.
Quizá nada pueda salvarse.
Quiero ver hacia el cielo.
No puedo voltear.
Me acerco a toda velocidad a mi destino.
Los de abajo son una réplica de los que caemos.
Realmente son ellos los que caen, son ellos,
porque detrás hay una boca gigante que los vomita.
Pero por qué siento que soy yo el que cae.
Qué me sostiene.
Quiero ver hacía atrás.
Lo logro.
La boca gigante está detrás de mí.
También está frente a mí.
Soy yo quien cae.
Me estrellaré contra un espejo.
Me estrellaré contra mí.
Huele a vómito.
Huele a carne quemada.
Me estrello.
Me sumerjo en el espejo.
Voy hacia la boca gigante allá abajo.
Me hundo.
Ya no soporto.
Me ahogo.
Me ahogo.
Me ahogo.
 


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Roberto Deras (San Salvador, 1982)

 

Cuando recuerdo el cielo en los ojos de mis amigos

 

Pequeños nunca entendimos cuánto duraba el día,
apenas y conocíamos la noche.
Todo terminaba en la misma línea del reloj.
 

Crecimos,
parecía un juego.
No entendimos que en medio de nuestros dedos se diluía algo.
 

Pequeños corrimos hasta descubrir escondites,
sin intuir que había huecos y escombros prohibidos.
No entendimos el pálido silencio del atardecer,
no supimos la diferencia entre perder y apagar la luz.
 

De niños vimos correr a los hombres
y jugar al zigzag de las culebras.
 

Pequeños no entendimos que flotábamos entre las fauces de algo.
No supimos de la manta blanca que cubrió nuestras casas,
pensamos que era otro juego, una enorme sábana para cubrirse de los vecinos,
de las mascotas y los hermanos mayores.
 

Ahora la oscuridad nos cala hondo.
Duele tanto que sabe a miedo,
tanto duele que sabe a llanto
llanto que no comprendíamos
miedo que aún no entendemos.
 

No sé si se anhela todo pasado.
No sabíamos que naufragábamos en las fauces de una guerra.
 


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Elena Salamanca (San Salvador, 1982)

 

Salve, Landsmoder

 

Soy buena porque abro las piernas.

Yo crié las ovejas,
yo degollé las ovejas,
y zampé sus cabecitas blancas en estacas alrededor de mi casa.

La gente sabía que yo era buena
porque cerraba mis piernas únicamente el día que destazaba las ovejas.

Yo era tan buena:
la falda subida, las piernas abiertas,
que las gentes pensaban que las cabezas de las ovejas eran mis muñecas,
cosidas con mis manos,
pegadas con mi saliva,
bellos labios rojos
pintados con la sangre que brotaba de entre mis piernas.


Si cierro las piernas, ya no seré buena:
de mi sangre brotarán los hombres más infelices.
Y usted me dejará
con el hociquito listo,
la falda rasgada,
y mis ovejas perdidas
balando,
aullando.

Lejos.
 


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Laura Zavaleta (San Salvador, 1982)

 

Niñaperdida

 

Mi primo Carlos se hizo un hombre
Yo sigo niña.

Mi infancia fue un contrapunto,
un estar aquí y allá desdoblado.
Queja suave y voz inútil
esa era yo.
Todo lo quebrado estaba dentro.
Y la casa
era la caja donde las olas golpeaban
con ese mar que yo poco conocía.

Las horas se agotaban
y él empezó a salir.
Su paso era aterrizado, me miraba diferente.
Arriba pasaban los aviones.
Yo solo miraba la casa, sus múltiples paredes,
y las lenguas húmedas del mar que estaba entrando.

Mi primo tiene dos hijos a quienes no conozco.
Encontró el amor, la suave tela,
musgo escalofriante, sexual, húmedo.

Los tiempos de la mujer se trabajan a deshora
porque el reloj es su cuerpo, perfecta maquinaria.
Y  mi cuerpo es el cuerpo de una niña.
Cuando lo supe, ya estaba lejos.

Cuando mi papá me llevó un caracol, el mar me gritaba
Cuando me dejaron cruzarme la calle,
me perdí.
 


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Efraín Caravantes (San Salvador, 1983)

 

Todo

Porque nunca será el tiempo para mí. El tiempo: todo el tiempo.
Alfonso Kijadurías
 

Antes de nacer ya estaba aquí
encendiendo el primer fuego.
Yo pinté en Altamira y maté un elefante.
Inventé la rueda.
Escribí sobre arcilla.
Llevo en mis manos y en mi espalda
de esclavo, como jorobas,
las pirámides de Egipto.
Anduve entre los bambúes de China
haciendo sellos e imprimiéndolos
en nuevo y hermoso papel.
Lao Tsé me indicó el camino
que lleva hacia Nosedónde.
Un camino que decoré con mosaicos de peces
y de pulpos que multiplican por ocho
las posibilidades de andar
sobre los mares, entre Sirenas,
sobre la tierra, volando cerca del sol,
cayendo y luego hacia dentro,
hacia ese pequeño jardín incandescente
donde todo cabe,
donde encendí el primer fuego
y donde, algún día,
habré de estallar por enésima vez.
 
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Miroslava Rosales (San Salvador, 1985)

 

La visita íntima

 

Amor te he esperado tanto tiempo amor detrás de los barrotes
¿por qué hasta ahora tus besos de miel en mis pechos vuelven a ser caballos?
¿por qué mis correos no tenían más que muros de respuesta?
 
Te he esperado tanto
que mi jardín
                     se pobló solamente de cactus y serpientes
Era una astilla sin poder bailar
No pensé que vendrías ahora
que esta noche
                        al fin
                                 entraría de nuevo a tus olas nocturnas
Estoy muy desaliñada perdona
Mi corazón no entiende de la brisa
ni de los árboles rojos en las aceras
ni mucho menos de la sinfonía de gladiolos
No sé qué se hace allá afuera
No sé qué es el mundo                  
¿Cómo rueda?
¿Cómo son las calles ahora? dime
¿Hay niños en los parques?
¿Hay cocodrilos disparando en las esquinas?
Acá solo ventanas y puertas que se cierran
gritos retenidos
cartas con tinta de rencor
 
No sé qué es el mundo
si los murmullos en forma de picahielo me cubren
Poco a poco soy una ladera que se erosiona
 
¿Por qué desapareció de mi columna el alborozo?
 
¿Por qué no besas mis pezones
y los muerdes
                      como manzanas en fiesta de año nuevo
y los celebras con fuegos artificiales?
¿Por qué no recorres mi vientre que guarda tu nombre
como un cofre de perlas?
Mira que mi dicha solo es eso
solo la gota de tu universo
 
Te he esperado tanto tiempo
que pensé que mi cuerpo ya no reconocería tu nostalgia de buque abandonado
 
Ven
busca en mi cueva el esplendor con tu lengua
Ven y baja
hazme sentir que la vida es más que un martillo
Ven y baja
hazme tener un arcoíris dentro del corazón atormentado por termitas
Ven y baja
hazme ser un marzo colmado de maquilishuat
Ven y baja
hazme heliconias en los bordes de mi sonrisa
Ven y baja dulcemente
dulcemente
dulcemente
Hazme volver al baile de los cometas en un cielo de claridad
 


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Alberto López Serrano (Colón, La Libertad, 1983)

 

378 (Pyrra)

 

Tetis teje piedras con la arena.
Los bordes le desgarran la piel blanda de los dedos.
El pálido rostro perdido en los ojos del vacío.
Y los pies de plata mastican olas de purpurina
y de su propia sangre.
 

Hallaron los cabellos cortados en el lodo,
rubio vellón a destajo trasquilado.
¿Tres disparos en el tórax no bastaron, Ménades?
Le rasgaron el vestido y la sandalia azafranada.
Las uñas le quebraron y los dedos.
¿No saciaron, Ménades, con sangre el odio?
¿No retuercen la calle y sangre escurre?
 

Tetis se levanta gris entre las olas.
Abraza a las nereidas que han llegado y que le cantan.
Abraza los recuerdos que la queman.
Camina sola en la caliente arena.
Ruidosa cae al reclamar a Zeus…
Un río se abre paso hacia el océano.
 

Hija de Tetis, Pyrra Aquilea de veloces pies,
más rápido corrieron los disparos,
más rápido caíste en la acera sorda.
Y tu sangre…
 

Tetis desgarró su largo peplo.
Peleo arrancó la tierra con sus dientes.
Patroclos desgarró su amante corazón en mil astillas.
Las Ménades dirán “Matan hombre disfrazado de mujer”.
Las Ménades cantarán a su dios de odio en gratitud.

Aquilea de veloces pies, hermosa,
no sabrán desgarrar la lucha diaria que has dejado.
Verás que la sangre y purpurina generan más la lucha,
y con Peleo y Tetis llevaremos tu mensaje.
Las manos diversas se levantan.

 
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Manuel Ramos (Mejicanos, San Salvador1987)

 

Con trescientos muertos de fuerza

 

Entonces      con las manos en la boca
con ellas hasta los codos
Así      con la garganta en celo
con los deseos cayentes
trago almas          descubro huesos
Y regresa la distancia hinchada
Más tarde tengo las manos en tormenta
las saco de mi boca
con ellas los fantasmas      los muertos     las heridas
Con mis manos también regresa
un tornado de cuerpos
con él regresan mis muertos
todos los de mi estirpe
todos en los que he reencarnado
Mi boca está en parto
por eso salen cometas de mis ojos
Grito       exhalo
Entonces mi boca ya no me pertenece
es un océano de doce árboles alados
una orquídea que simula miedo
y cae  cae
hasta el fin de mi cuerpo

Todos están muertos
tirados como una sola criatura
entonces     y solo entonces     el grito regresa
todo sube             y de nuevo
tengo labios.
 


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Jonathan Velásquez (Quezaltepeque, La Libertad, 1987)

 

Semáforo I

 

Una mujer dibuja su sexo 
con la sonrisa de su falda
el semáforo está en verde su sonrisa detiene el tráfico.
 

Semáforo II

 

Un anciano disfrazado de fantasma 
pide una limosna en el semáforo
el semáforo está en verde nadie se detiene.
 

Semáforo III

 

Un niño fue atacado a tiros en la calle
el semáforo está en verde su sangre lo vuelve rojo.
Todos esperan el cambio de luces   
nadie se detiene para saber si el niño aún respira.
 

Semáforo IV

 

Alguien murió en cualquier parte esta noche 
el triste semáforo dibuja con el rojo corroído de su sangre
la sombra inolvidable de otro hombre de otro niño,
de otro anciano de otra madre en el asfalto. 
Todos pasan… como olvidados signos nadie se detiene…
 


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Dennis Ernesto (San Salvador, 1994)

 

Octubre es la memoria

 

Ayer, la niebla de la tarde se congregó en el fuego que sostenían unas manos devastadas,
sus dedos se desmoronaban como un hormiguero por el viento.
 
Hoy el sol salió debajo de un caldero
sin esperar que la madrugada cantara los gallos.  
Desde anoche,
es un invierno interminable el del fuego en este país. 
Para sobrevivir los campesinos encenderán los cañales
y verán caer las cenizas como una tormenta de nieve. 
Este es el invierno que conocerán nuestros nietos.
 
Sin embargo, esta época inició en otras quemas.
Un pequeño observó el origen de este invierno desde un autobús en llamas,
el sonido de su cuerpo calcinándose
apagó el verde de las hojas en los árboles cercanos.
De sus huesos solo quedó un humo denso,
una nueva bandera para esta patria
de la ceniza eterna.
 


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Antología completa

Vladimir Amaya

Nació en 1985 en San Salvador, El Salvador. Licenciado en Letras por la Universidad de El Salvador, ha publicado los poemarios Los ángeles anémicos (Editorial EquiZZero Soyapango, 2010), Agua inhóspita (Colección Revuelta, volumen II, San Salvador, 2010), La ceremonia de estar solo (Leyes de Fuga Ediciones, San Salvador, 2013), El entierro de todas las novias (Editorial Universitaria, San Salvador, 2013) y Tufo (Laberinto Editorial, San Salvador, 2014). Además, las antologías Una madrugada del siglo XXI (s/e, San Salvador, 2010), Perdidos y delirantes: 36-34 poetas salvadoreños olvidados (Zeugma Editores, San Salvador, 2012), Segundo índice antológico de la poesía salvadoreña (Editorial … Más del autor

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