Obstinación de Ariadna

Una selección de poemas de Marisa Martínez Pérsico (Buenos Aires, 1978)

Ángel de la guarda, por Aldo Vásquez

DOBLE DIRECCIÓN


Me pides libertad con tu silencio 
y posesión con palabras.
Amor,
el ondulado junco que te agita
quiere ordenar el tránsito
de nuestras soledades, 
mi entrar y salir por tu deseo.
Crisálida de viento abriéndose a la nada:
ser fugazmente contigo.
Y ser distinta.

 

 

RECUERDO DE MARCO A.


Una noche de agosto,
junto a un Tíber rebosante de zarzas,
abracé a un amor desconocido
que era de la Lazio,
pero no me importó.
Un poco por debajo de nosotros,
en la sombra inquietante de la orilla,
había una rata
que observé un instante.
Era negra con ojos amarillos.
Cuando volví a mirarla, ya no estaba.
Desde aquella velada muchos remos agitaron el agua.
Los espinos crecieron, copiosos, en el río
y si quieres saber
qué fue de aquel amor
te diré que no logro recordarlo
y hoy tan solo me acuerdo
que, por no hablar de fútbol, lo besé.
Y también ese beso habría olvidado
de no haber estado allí
la rata negra.
A ella sí la recuerdo: era un globo
de pelos y sus ojos brillaban en las hojas.
Quizá las zarzas se hayan marchitado
y aquel hombre tenga ya siete gatos.
Pero esa rata parpadeó un instante.

Cuando miré hacia abajo,
se la había tragado alguna cloaca.

 

 

ODA AL GPS

Es inútil preguntar a las estrellas
dónde quedan
los lugares amados.
Verdad que sin ayuda de relojes atómicos
estaría deambulando por estaciones
como los desventurados que se enamoran
de una chica en el metro
o sumida en un desorden parisino
mirando a uno que pasa
por una calle anónima.
Así que me encomiendo al Dios de los Satélites
para ir al dentista,
al encuentro volátil
o al café sin después.
Y soy devotamente hereje
para volver al barrio de mi escuela.
Al jardín con la higuera de mi madre.
A la primera casa,
donde aprendí a caminar
y a caer.
Hago versos de amor a los desconocidos
–a pesar de los consejos del poeta–
y lloro en las enigmáticas esquinas
donde los jóvenes juegan a besarse.
Pero también me pasa
que aunque sepa, de sobra, los destinos
no consigo llegar
o me presento en el tiempo equivocado.
No es una confusión
al estimar la hora de arribo
ni un despiste con el esperanto electrónico.
Es un error de coordenada individual,
de no haber aprendido a distinguir
entre el fracaso
y la búsqueda.

 

 

LA AMENAZADA


La langosta, con su violín de viento,
insiste en su cántico morado
como si el pasto tuviera
algo que decir.
Mirábamos el incesto de las nubes
plegadas en su espuma,
ese fundirse y disgregarse
de los cuerpos hermanos.
Así pasan las banderas y los territorios,
las letras en negrita de los diarios,
los equipos de fútbol en la tabla del lunes
como un cielo
que no sé descifrar.
Yo conozco el quehacer de los gestos suspendidos:
preguntadme, en otoño,
cuál es el impermeable de las flores
o por qué esa familia de cirros irisados
pactó su primavera con el trueno.
Preguntadme. Pregúntenme.
Ustedes y vosotros.
No importa con qué lengua.
Desde adentro,
una voz sin idioma
repite, como un mantra:
«cuando el amor regrese,
dejarás de escribir».

 

 

PRIMERA TENTACIÓN DE LA NOSTALGIA


No recuerdo si fue
con nueve años
que en mitad del camino una culebra
devoraba una rana.
Dos patitas al compás de la ponzoña
y la cólera verde
con la boca ocupada

que impelía a correr.
Detrás de mí, la zanja.
Por delante la espera de mi madre.
Se aposentó la noche dulcemente en el trigo
como una invitación a regresar.
No siempre se precisan los relatos,
con una escena basta para explicar la vida.
La mía fue esa tarde,
sin virgilios ni lobos, por el campo,
tratando de entender
si el paraíso 
era ir hacia adelante 
o hacia atrás. 

 

ORACIÓN

Duérmete, María,
por todos esos niños que se acuestan
escuchando la pólvora en los ojos.
Es un deber dormir en estas circunstancias
sin olvidar los sueños
que nutren las vigilias.
No tengo sortilegios ni manuales,
María, ni bendito
es el fruto de mi vientre,
ni tú.
Normalísima hija, cuidadora de peces,
recuerda que eres tuya, que yo soy tu pasado,
ahora y en la hora
en que te marches,
amén.

 

ESTADO DE EMERGENCIA

He intentado protegerme del amor 
como de los ladrones:
poniendo rejas 
en todas mis ventanas. 
Así entraban el viento, los susurros,
la mansa claridad del mediodía

con aparente libertad por los barrotes.
Estar completamente a salvo
exigía reforzar la puerta.
Incorporar una verja de metal
a prueba de ganzúas. 
Por fin me siento invulnerable
a la amenaza exterior.
Queda por resolver
cómo salvarme
si la casa se incendia.

 

 

HABLA TU LENGUA

 

Háblala
contra la policía del idioma.
Con tu acento más puro, primitivo.
El que dijo «agua»
«hijo»
«te deseo»
con voz inaugural.
El que dicta tu historia. Tu intrahistoria.
La sangre derramada en la conquista,
que ya te pertenece.
Atiende, como una dádiva secreta,
los resplandores sonoros de las lilas
rodando por tus dientes.
La manera en que pulsan las velares.
Las que frotan, con mimo, tus alvéolos.
Obedecer
te da una cierta protección, a costa tuya,
y rebelarse exige
el coraje de la soledad.
Sin embargo, sucede
–aunque no me obligaron–
que dos lenguas
son mundos con cuartos imprevistos
para habitar la realidad.
Habla tu lengua, tu íntimo mandato.
Pero escucha,
también, la de los otros.

 

 

POEMA PARA DOS

Quién supiera, hermana,
cuál de las dos
ha de morir primero.
Entramos a la vida por distintos veranos
con su piar de vencejos
y el perfume
de otras hojas de tilo.
También nos marcharemos a destiempo,
igual que unos juguetes heredados.
Si acaso me voy antes,
ya te veo ordenar el infinito, las fotos de familia,
hurgar en los manteles y peinados
hasta encontrar el cosmos en mi pelo
y reclamar coronas en mi nombre
de emperatriz destituida.
Si en cambio me precedes,
yo viviré
como si nada hubiera sucedido.
Cumpliré los rituales del asombro con piedad controlada,
que el cántaro desangre lentamente
por sus nieves eternas, sin apenas mudar.
Los hilos de la muerte desconozco
pero sé
que alguna vez te dije
«no te olvides de practicar la noche»
y me dijiste
«no te olvides de practicar la paz».
De la mano es más digna la intemperie.
Haré con esta niebla un mismo abrigo
ahora que el viento, hermana, nos empuja,
todavía
a temblar.

 

 

RITUAL DE CONTRAMAGIA

Cuando vino la niebla
dije «árbol»
y se hizo el sendero
para cruzar el bosque.
Por eludir la nieve
pronuncié «jardín»
y relumbró el pelaje dorado de los ciervos
con las garras heridas de magnolias.
Porque tuve
las pinzas del odio a mis espaldas,
imploré las tenazas del cangrejo
y al roce de las sílabas
se disolvió en el mar.
Ardida de naufragios,
invoqué un amuleto de penumbras
pero vino tu tacto, amor,
a amedrentar las sombras
y ya no funcionaron
las plegarias.

 

 

UNA CASA PORTÁTIL


Me fui de la ciudad de cúpulas doradas
donde decía «llave»
y hacía reír al cerrajero.
En el mar sucesivo,
bebí el corazón de las camelias que gestaron tu nombre
y bailé entre caracolas clandestinas
para entender el alma de los peces.
Seguí la travesía por el cuerpo del mundo.
En bicicleta, en sueños, con todas las verdades inestables.
Habituada a porteros de edificios distintos
y a las frutas,
que tienen su propio diccionario.
Me fui de la ciudad donde la noche parecía infinita
porque en ella fijé
la residencia del olvido.
Perdí la cicatriz en sus murallas de piedra
y abandoné sus calles

cuando empezó a anunciarse el mediodía.
Mientras otros proyectan el futuro, yo imagino una rambla.
El modo trepidante en que los cirios agudizan el fuego
poco antes de ahogarse, la agonía
profunda de todo lo que late, y de repente, se va.
Mi único exilio es el silencio.
Resido en la azotea
de una casa portátil.

 

 

VIDA

Una va por la vida probando a no morirse.
Pero también podría
coquetear con la muerte
a cada paso.
Partir a cuentagotas. Habituarse a la pérdida.
Dejar de protegerse del frío o del infierno,
aferrarse a los bordes
con musgo o con hormigas.
Evacuar los refugios.
Hace falta morir con experiencia
para haber comprendido
este milagro.

 

 

OBSTINACIÓN DE ARIADNA

Una noche mi cuerpo
expulsó una criatura
como a un coágulo.
Desde entonces,
voy trazando una senda carmesí
con un ovillo abierto
a la vera de todos mis escombros.
Lo perdí en laberintos de cielos derramados
donde no existen fuentes
para abreviar la sed.
Y aunque quiera olvidarlo,
en cada latitud donde me escondo,
un heraldo puntual
me lo regresa.