Los viajes al infortunio

Sobre Palabras ingratas, de Paul Bowles, en el vigésimo aniversario de su deceso.

Tengo un par de razones para escribir sobre Paul Bowles. La principal es el grado de provocación que me generó su escritura. También consideré oportuno que esta brevísima reseña literaria sea una especie de pequeño tributo, pues en este 2019 se cumplen 20 años de su muerte.

Gracias a mi sino, encontré en un changarrito de libros usados la primera edición de Palabras ingratas en Alfaguara y, por si fuera poco, con la traducción de uno de sus escasos amigos, el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa. Este libro cuenta con 10 cuentos breves que muestran el dominio de Bowles sobre la economía discursiva o narrativa. Nos dice mucho en tan pocas páginas. Esta particularidad no le resta mérito a sus propuestas narrativas, sino todo lo contrario. Para Poe, el cuento breve debía ser una presencia alucinante que provocara al lector desde las primeras frases y, en ese sentido, procurar una mirada de alivio o resignación ante el mundo en el que habita este. Esas provocaciones las encontramos no necesariamente por las tramas de las historias, sino en el lenguaje, en los juegos narrativos a los que nos exponemos en varios de los cuentos.

Sus personajes, por otro lado, no son actantes extraordinarios que alcancen carácter de héroes ni mucho menos, sino más bien se nos presentan como seres sacados de la cotidianidad y, por ende, cargan el lastre de un sistema social en el que no se reconocen. Por ello, siempre están en constantes huidas de sus entornos inmediatos. New York y Tánger son los principales espacios en que sitúa las historias Bowles; no hay que perder de vista que vivió y falleció en Tánger y quizás esa sea la razón. Considero pertinente aclararles que en estos cuentos no encontrarán una trama de suspenso perdurable. Me abstengo, por respeto a los lectores, de realizar cualquier especie de sinopsis de cada cuento, no por motivos de incurrir a los spoilers y cercenarlos de las expectativas cuentísticas, sino por preservarles el derecho de ser ustedes mismos quienes aprueben o no los textos.

Bowles nos ofrece una propuesta de una construcción sencilla, pero con una mirada de sorpresa y, en muchos casos, de impotencia ante la autodestrucción como salida única. Optimismo o esperanza es lo que menos obtenemos tras terminar cada cuento. Pareciera que nos llevan de la mano para ver, desde la comodidad de un sillón, una película apocalíptica en donde la redención humana, si es que la hay, solo se consigue a través de esa autodestrucción que señalé anteriormente: “Pero hoy podemos imaginar circunstancias en las que una muerte inesperada por el fuego podría ser una benéfica liberación del infierno de la vida; es posible que lleguemos a desear la eutanasia universal” (Palabras ingratas, p. 81). Por mi parte no me resta más que invitarlos a degustar del humilde menú de cuentos bowlianos. Provecho.