Antología

Un recorrido por la obra poética de Campos, autor hondureño galardonado con el premio único del VII Certamen de Novela Corta.

«Old San Juan-3». Foto de Víctor Ruiz.

Habitaciones sordas

 

Para el amor no hay

 

Para ti no hay asilo, estás demasiado muerto.
E. Montale
 
Para el amor no hay mar, está demasiado muerto.
Para él no hay niebla.
Corazón y pasos. Orillas en la noche.
Labios y huellas.
Para él no hay cementerio ni epitafio.
 
Siempre jugó a las metáforas.
Confesó poemas,
se abrigó de sombra.
Despertó azar, desesperó azar.
Para el amor no hay pájaros.
 
Para el amor no hay una lluvia con atardecer;
cenizas, viento,
cielo, tampoco tierra,
ni una mirada abandonada
desde la densa errabunda alba.
 
Es demasiado tarde, los labios los escupe el árbol.
Demasiado tarde, azul regazo, hojas responsables.
Mi latitud de cieno evita rayos.

 

 

Un movimiento muerto la enternece

 

Sus cenizas se reúnen aún después del fuego.
Los lugares muertos son la vida que jamás se agota.
 
Definitivo,
sus labios respetan la muerte.
 
En coma mis labios buscan su sombra.

 

 

Comeré zorzales muertos

 

Comeré zorzales muertos.
Comeré sus picos.
Sus alas.
Sus patas.
 
Comeré
ese último gusano que
hay en su buche.

 

 

Desde el hospicio

 

¿Habrá otra oportunidad para el brillo de unos ojos?

 

A Chío
 
La última vez que les hablé
sería la última;
y no lo fue.
Fue devorado el cadáver de la alegría
por aves rapaces.
 
Esperé otra oportunidad,
una última vez para hablarles,
y como león seguí el rastro de sus pasos.
Fue herida el alba.
Y camino al manicomio, una tarde,
cuando el corazón de un sauce es un rayo,
hablamos por última muerte,
por instinto, frustración,
el lenguaje de la noche
en los jardines cerrados
donde nadie dejará la muerte.
Pregunto: ¿habrá otra oportunidad,
una última, para el brillo de unos ojos?

 

 

La Rosa

 

Y del negro canal del Aqueronte
emergió el rugido de una bestia
que permanece entre los pétalos
como el dolor de voces moribundas
en el horno de aromas de Auschwitz
 
los gritos huérfanos buscan el cerrojo
y el viento apretuja los siglos
y nacen los rostros como olas rojas
enhiestas alas de cuervos…
allí donde huele a demencia
ya habías abierto la noche con tus graznidos

 

 

Confesión a Vallejo

 

Yo fui uno de ellos, les conseguí la soga.
Quise darles un cuchillo, lo desecharon.
Siguió lloviendo.
Sin remordimiento le di con piedras.
Esa vez no fui cobarde. No anduve ebrio.
Hoy sé que fue poeta, no me arrepiento,
porque a ellos hay que sacarles su huésped.
El golpe de un palo no es más doloroso que escribir un poema,
una cuchillada no es más mortal que la soledad,
aun muerto sus ojos seguirían muertos.
Estaba solo, como en un cuarto.
Siguió lloviendo. El frío conservó intacto su dolor.
Y siguió lloviendo.

 

 

VII

 

Abel,
mira cuántas ovejas y corderos
ha multiplicado el poeta.
 
Yo, Caín,
te pregunto:
¿recuerdas nuestro destino?

 

 

bajo el árbol de Madeleine

 

1

 

su voz es el comienzo de nuestra historia
y Madeleine creció en mí como un rostro
hoy faltan quince años bajo un árbol sin retoño
 
un día vendrás
y será el comienzo de nuestra herencia
 
oh, Madeleine, no te reprocho a ti sino a Ofelia
disculpa si añoro el recuerdo de mis tristes miserias
 
un día vendrás
¿y qué será de las tristezas viejas?
 
un día vendrás
¡y no serás tan importante!
 
vendrás
y tu máscara compensará la ausencia
 
y si vienes cubre mi rostro
y si vienes crece en mí como un árbol sin retoño

 

 

3

 

¿adónde fuiste con mi mano?
la masturbación al igual que la poesía
es un acto involuntario
¿y qué me dices de la infancia?
su corazón está hecho de ignorancia
pero bebes pus de su coraza
su corazón es como un sueño de alabanza
¿como si estuviera hecho de palabras?
más bien como una estrella ignorada

 

 

Bajo el árbol de Madeleine

 

Habrá una grandísima peste…
Éxodo, 9,3.
 
en el décimo árbol sin hojas ya ni savia
que nadie sabe ya por qué está en pie en la tierra
L. M. Panero
 
bajo el árbol
habitaron
como grandísima peste
a los quince días Madeleine acercó su cuerpo
su cuerpo sin fuego
y dejó caer las piedras
y sació el misterio
de la vieja inocencia
a las quince piedras
bajo el cuarto árbol

 

 

Dios me perdone: y era mi madre

 

Dios me perdone,
no podría besar su mano sucia;
sentí un asco
capaz de corromper al hombre
cuando vi su frente
y sus cansados y tiernos ojos mirarme.
Dios te perdone, madre, por amarme;
ojalá algún día no te encuentre
llorando el recuerdo de mi infancia,
tus párpados enloquecidos de siglos
corrompiendo mi cadáver.

 

 

Del comienzo de los hombres

 

Más allá de donde me han llevado los libros

 

busco más adentro
más adentro
más allá del hígado o de un viejo recuerdo
o de la vena maldita o de lo que putas sea
más allá de donde me han llevado los libros
mejor dicho más acá
aquí adentrito
aquí
donde llego a ser tan cruel conmigo
y me obstino en no seguir
royendo el mismo hueso ya roído de los siglos

 

 

El secreto en mis ojos

Solo un ángel me enlaza al sol.

 

3

y supe por vos que eras capaz de gestar la vida
en las pupilas de cualquier extraño
y te vi rejuvenecer los cielos
como si los días felices hubiesen vuelto

 

 

12

 

Usted sabe, es la noche, es la lluvia, es un mechón de pelo,
un recuerdo…
o la melodía que cae al pavimento a través de un tejado...
usted sabe, es la melodía que proviene del océano,
una oscura piel labrando en mis recuerdos,
es su mechón de pelo, su color castaño,
sus ojos claros como los de un faro en una calle escheriana,
una guerra, el mechón rizado,
y el amor es un insecto bajo mi zapato,
pero usted lo sabe, es la noche, es la lluvia,
es su mechón de pelo
el espiral de humo que emerge de un cigarro…

 

 

26

 

Se tensa desde sus entrañas,
sus vellos se adhieren al aire,
tiemblan como el oro;
a la puesta del sol su cuerpo se abre,
abre y cierra la única puerta
donde, tendida en cama, se convierte en Casiopea.

 

 

Tríptico del iris de Narciso

 

2

 

Nadie quiere ser
testigo de su tiempo
en una época
donde los signos
se descubren y oscurecen
como un sol saliendo por las tardes.

 

 

Vivimos otros tiempos

 

15

¿Hubo amigos? Cientos. Todos murieron.
Cada rostro de un amigo era el rostro de todos.
Cada muerte de un amigo era la muerte de todos.

 

Gustavo Campos

Nació en San Pedro Sula, Honduras, el 29 de enero de 1984. Estudió Literatura. Además de artículos en diarios y revistas hondureños, ha publicado poesía, novela y cuento, y elaborado antologías. Sus títulos incluyen Habitaciones sordas (Letra Negra, 2005), Desde el hospicio (HN, 2008), Los inacabados (HN, 2010), Katastrophé (HN, 2012), Entre el parnaso y la maison: Muestra de la nueva narrativa sampedrana (HN, 2011), Cuarta dimensión de la tarde: Antología de poetas hondureños y cubanos (Coedición, HN, 2011), Tríptico del iris de Narciso (2014). Además muestras de su obra pueden hallarse en las antologías Puertas abiertas: Antología de poesía centroamericana (Sergio Ramírez … Más del autor

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