El poeta con mala fe y otros poemas

Muestra de la obra de este poeta argentino residente en Bruselas. Incluye tres inéditos.

Fotografía de Ernesto Castro Mora, artista invitado en este número (ver galería).

La esencia es un perfume

 

El poeta que agarra la mosca con la mano.

El poeta que para el taxi con un movimiento compulsivo.

El poeta que les tiene miedo a los perros.

El poeta que sigue el ritmo con golpecitos en la mesa.

El poeta que babea por la comisura izquierda.

El poeta que muestra involuntariamente el colmillo derecho.

El poeta que se duerme con la taza en la mano.

El poeta que dice que él no separa al poeta del hombre.

El poeta que dice que no es un escritor.

El poeta que dice que escupe y después trabaja un poco la escupida.

El poeta con mala fe.

(de “El poeta con mala fe”, en VI Concurso Buenaventuriano de Cuento y Poesía, Cali, Universidad de San Buenaventura, 2010)

 

Tengo un asiento favorito en el tranvía

 

y no sé

si debo avergonzarme.

¿Qué tipo de persona

tiene un asiento favorito?

¿Un Esclavo

de vida rutinaria

o un campeón

en el arte de hallar

su gran comodidad

en toda cosa?

La gente debería

ir siempre por ahí

llevando un pin

de una E o una C.

Así yo ya sabría

a que debo atenerme

y podría cabalmente

transformar mi discurso

a su medida.

Usted debe evaluar

si la molestia

de prepararse el pin

es mayor o menor

que la alegría

de un interlocutor

que esté de acuerdo.

Yo me propongo

darles mi itinerario.

De ese modo

serán todos capaces

de encontrarme

y disfrutar así

de mi elocuencia.

 

Qué agradable

que es encontrar personas

que piensen como uno

o eso digan.

A mí sólo me importa

eso que dicen.

Si lo creen realmente,

nunca podré saberlo

pues no soy adivino

y el lograrlo

no está entre mis deseos

más profundos

ni en los superficiales.

Estoy seguro

de que esta información

que les transmito

es de una importancia sideral

para ustedes

y confío

en que sabrán usarla

para el bien

(eso es lo bueno

de  las cosas inanes:

es que muy poco el mal

que pueden producir

pero grande el honor

que vehiculizan.

Y este secreto

que ofrezco como coda

no lo cobro.

Podrán agradecer

con otro tanto

de favores tontines

al que siga).

 

Poemas que no nos gustan

 

¿Hay algo peor que estar sentado

escuchando poemas

que no nos gustan nada?

Sí: es escuchar poemas

que no nos gustan nada

cortados por discursos

del o de la poeta

que traten del origen

de tal o cual poema.

Escuchar a un poeta

que no cree en su poesía,

que la usa

como quien usa un balde

o una bolsa de avión.

Y tal vez es también

igual de malo

que estar en un teatro

frente a una obra que nos es insufrible,

sin recibir la suave indiferencia

de la piadosa pantalla de los cines.

El cruel “en vivo”

no permite otro escape

que el del anotador,

tan capaz de esconder

el poema invectivo

bajo la forma pía

de las notas urgentes

de aquel que adora lo que escucha

o ve.

Yo entiendo

que la poesía pueda ser terapia

pero eso

debe ser una excusa,

un primer puntapié,

el empujón fugaz

que echa a rodar la máquina.

Después,

uno toma distancia,

prepara el ojo crítico,

del lector de lo propio.

El que no lo hace así

le roba a la poesía

su carácter estético

aquello que la hace

ser ello que ella es

y no otra cosa.

(Poemas de “Hilo”, http://www.espaciojuanlortiz.com.ar/?p=3957, 2014) 

 

Voces de teclado excéntrico

 

La versión literaria

del estómago múltiple

de vaca.

Una feliz

como un perro

que se muerde la cola.

Una que grita su autarquía en un acto

que presenta la terrible defensa

de lo lúdico.

Una definición de diccionario

en un poema

como su mingitorio en un museo.

El manual de doma de la palabra,

que debe ser tratada como una bestia

que no merezca la menor misericordia.

La cruel insistente que contagia

una alegría oscura.

La del tenista

entre basquetbolistas,

que dirige

la pelota naranja

a golpes de raqueta.  

O la del asador que,

revolviendo

la paella con el pie

va intentando igualmente

no quemar el asado que prepara.

La de la juventud

como un estilo.

La de un acá

que se opone a un allá.

Un Talmud loco,

que guarda sólo

el tono prescriptivo.

(Inédito)

 

Ser y estar

 

Soy judío:

tengo padres judíos.

Sin embargo

los padres de mi padre eran judíos

mientras que él lo es de origen,

no es judío como yo, y mi madre

aun siendo judía nunca fue

una madre judía,

diga ella lo que diga. Mi hermano

es de padres judíos (obviamente)

pero, como mi padre (nuestro padre),

él tampoco es judío. Mi mujer

es de madre judía

y es judía. Yo tal vez

no sería hoy judío si no fuera

porque ella es mi mujer.

Hay judíos religiosos

y hay ateos.

Hay judíos israelíes y hay judíos

también en otros lados,

aunque eso

sea duro de aceptar para tarados

(tarados que o son goy o son judíos

y/o también israelíes: pues tarado

puede serlo cualquiera,

venga de donde venga,

sea del color que sea,

o tamaño, o aspecto;

ser tarado es re Benetton,

digamos).

 

Soy judío

y/o me siento judío:

como no soy rabino

y no soy religioso o funcionario

del Estado israelí,

para mí

viene siendo lo mismo.

Soy judío sin Dios. Soy judío

porque soy lo que soy,

y de ahí vengo. Soy judío

y también otras cosas, que conviven

en ese caos totalmente humano

que hemos dado en llamar identidad.

Soy judío

porque decido serlo,

porque puedo,

porque lo fui al nacer y he decidido

que iba a seguir siéndolo. Judío:

la identidad es toda imaginaria;

lo que no implica que no sea real.

La realidad está hecha de objetos,

de palabras, de acciones

de cosas que decimos,

también de lo que vemos

(lo que creemos ver).

La realidad

no es sólo lo que pasa: es también

nuestra interpretación de lo que pasa:

está en gran parte

en el ojo que mira, y no sólo

en aquello que ve. Nosotros somos

lo que creemos ser; no, nada más.

Tampoco nada menos. Es bastante.

(Inédito) 

 

Él y yo moriremos

 

Para entonces,

roles intercambiables:

moribundo en la cama,

el otro que llegando dice

“Che,

qué falta de elegancia.

Morirse es de mamertos”.

El otro se reirá.

La mujer del enfermo

saldrá para llorar

en otro cuarto.

 

Yo no sé

si llegado el momento

tendré la valentía.

Él seguro que sí:

hay que tener amigos,

solamente,

que sean mejores que uno.

 

Nenes

 

Los argentinos con sus nenes son medio ayayayay.

Los nenes argentinos son medio ayayayay.

Los nenes argentinos dicen “zapas” en vez de “zapatillas”.

Los nenes argentinos no van mucho a la escuela,

porque es corta.

Los nenes españoles

que van a escuela pública

deben aprenden menos que en la escuela privada,

o así decía el director

de aquella escuela pública española.

Los nenes belgas van mucho a la escuela

porque la escuela es larga.

Los nenes belgas van a la guardería

desde muy chiquititos.

La madre que vi el otro día en Bélgica

llamaba del tranvía a la puericultora

porque el niño se le portaba mal.

Los nenes alemanes van tan poco a la escuela

como los argentinos,

pero tienen un sótano con juegos de salón.

Los nenes de Inglaterra

ya no comen tan solo porquerías

en la cantina gracias a Jamie Oliver.

Hay otros nenes, parece,

en otras partes,

pero a mí no me consta.

  (Poemas de “La mesa de los señores pelados, https://www.revistacronopio.com/?p=11788  2014)

 

Ecosistema

 

Había una vez

seis poetas en un barco

Llamábanse Astérix,

Grandote, Clown, Actriz,

Buster Keaton, Viajero.

Esos poetas

eligieron ser peces:

Astérix fue Pez Gato

y Grandote fue Trucha;

Clown fue Pez Payaso;

Actriz dijo “Sirena”

(que es pez por la mitad,

así que vale);

Buster Keaton, Dorado,

y Viajero, Verdel.

Afortunadamente

tuvieron el buen gusto

de evitar inclinarse

por un pez-avatar

de fuerte simbolismo

(“Salmón” o “Tiburón”).

 

Cada uno

supo jugar su rol

fuera del barco

Pez Gato junto a Trucha

(Astérix y Grandote):

no, no Obélix)

recorrían los bares

en busca del vaso perdido.

Pez Payaso sabía,

como todos los clowns

que, por mas que no mate,

el ridículo hiere

a quienes lo aborrecen.

Sirena/ Actriz logró

que tuvieran más vida sus poemas

en su voz que en papel.

Dorado-Buster Keaton

jugaba a Buster Keaton:

un humor bien presente

bajo la seria máscara.

Verdel

siguió siendoViajero:

fue Verdel en Europa

y Fugu en Yamaguchi.

 

Los peces-poeta eligieron

como bien debe hacerse

algunos adversarios

(y aliados, por supuesto).

Y después se alejaron  

para reconstruir

cada cual por su lado

otros ecosistemas,

otra vez.

 

  (versión castellana de “Ecosystème”, publicado en  Sources, número especial “Festival international de Poésie 2014”, http://www.mplf.be/revue-sources.html.)

 

Poema

 

Esto no es un poema:

el poema verdadero

se escuchará

sólo cuando traduzca.

Esto lo hice primero

mas sabiendo

que lo iba a reescribir.

Pero mentira:

esto sí es un poema

porque así es presentado.

Igual que lo serían

mis viejos,

un sandwich de paleta

un soplamocos,

si así los nominara

(el verbo, y no la cosa).

 

Yo quisiera decir,

si me atreviera,

que en realidad el poema

no tiene original ni traducción.

Pero sería

pedante y pretencioso,

como una de esas cosas pseudochinas

que dice Fulanito y te dan ganas

de partirle una silla en la cabeza

para que vea que la silla sí existe.

Pero no hay Fulanito:

hay historietas

que leí por ahí. No mucho más.

Y un personaje

que invento para ustedes.

“Ustedes” viene a ser

el limitado grupo de lectores

de poemas actuales:

otros poetas,

editores si hay suerte,

algunos académicos,

gente que seleccione

autores para un ciclo,

y amigos y familia

(por más que suene mal).

El “lector puro”

es tan inexistente

como el “poema base” del que hablaba

sin origen ni fin.

En mi barrio,

se llama eso coherencia.

No, mentira:

mi barrio

son páginas de libros,

que no saben hablar.

 

Lector

 

“Puto el que lee”

es la frase

mejor para una lápida:

no pueden enojarse

con el que la escribió,

y no pueden tampoco

pedirle explicaciones.

Si él pudiera

tendría que decirles

que piensa que es graciosa

en un contexto así.

Que es hija de su época

que es discurso de niño

-o de niño mental-.

De niño de esa época,

que creció (y se murió,

si la lápida es suya),

que ya no la diría.

Que es consciente

que la palabra “puto”

usada como insulto

se debe desterrar,

por más que para el chico

significara “insulto”,

no demasiado más.

Que pide mil perdones

si está ofendiendo a alguien,

y que le gustaría

que ese grafitti bobo

y agresivo al tuntún

tuviese otra palabra,

pero que no es así,

que la gracia, si la hay,

es la inadecuación

entre esa frase idiota

y el soporte.

Que la cita

debe ser a la frase como era:

poner “tonto el que lee”

no es buena idea.

Y que el muerto es él,

y que no jodan,

los gustos hay que dárselos en vida,

aunque que él ya está muerto,

y que tampoco,

que en realidad es sólo marioneta

de un poeta imbécil

que se moría de ganas

de poner ese frase en un poema,

y que además de imbécil

debe estar medio loco,

que más allá del término

usado como insulto,

queda claro que insulta

o que busca insultar

al público lector.

Y que si no es imbécil

es un provocador

del tres al cuarto

que no vale la pena.

Y que de todas formas

él lo único que pide,

su ultima voluntad,

es creerse muy vivo,

creerse un Groucho Marx

resucitado.

O no, pero se entiende.

Y que lo dejen,

la gente superada es tolerante,

con salames como él.

 

Poeta

 

Para vestir un disfraz de poeta,

hay que ponerse

una remera negra;

subir a un escenario,

mientras se lleva un libro

o una pila de hojas,

que se debe leer

o aparentar leer.

Después,

se elige la variante:

el mal poeta

se pondrá a adjetivar

como un demente

y/ o a abusar

de la palabra “alma”

o de alguna otra

de ese campo semántico

o de otro adyacente.

Otra opción

es la “poeta tímido”

y leer para el tujes.

El disfraz más vendido

es aquel de

“poeta prendado de su voz”

que lee el doble de lo permitido.

Igualmente es factible

cubrirse con el manto

del “poeta que escribe

sólo para leer”,

cuyos poemas

son diez veces mejores

en escena.

El traje que yo elijo

no lo describiré:

si me deschavo

me roban el disfraz

que yo prefiero

y después

¿qué me pongo?

(Tríptico “Trinidad”, revista Lúdicamente, vol. 4, núm. 8, http://ppct.caicyt.gov.ar/index.php/ludicamente/article/view/7185)

 

Retrato robot

 

Me enferma

la gente que se evade.

Yo me evadía: nada peor

que la furia del converso.

Suelo decir “quiero morirme”;

es un automatismo.

Suelo decir “quiero a mi mamá”;

es un automatismo.

Suelo decir cosas, que no repetiré,

cuando nadie me escucha.

Calco mis reacciones

de los héroes recios.

Descubrí el amor... quise decir humor.

Odio ser cursi.

No tuve amigos

hasta los quince años.

Descubrí el humor, con hache y u,

a los diecinueve.

Tartamudée

hasta los dieciocho.

Me gustan las reglas.

Y lo más importante:

moderación

hasta en la moderación.

Lo leí una vez

en una historieta.

(Inédito)

 

Ruego

 

Por favor sean buenos, no me saquen.

Aunque no viva más en Buenos Aires,

y este concurso pida residentes.

Aunque sea muy joven o muy viejo.

Aunque no tenga cara de latino,

o aunque la tenga pero por error

de ese pibe polaco que confunde

mis cejas muy pobladas con las cejas

que en su cabeza de señor confundido

son las cejas que un latino tendrá.

Esas cejas pobladas que me vienen

de algún lugar lejano, pero mucho

más cerca de Polonia que del barrio

en que vine a nacer.

 

Por favor sean buenos, no me saquen

aunque no sea exiliado y me haya ido

por amor a una novia, cuando todos

se iban pero mal.

Aunque no entiendan nada, aunque se sientan

un poco traicionados porque el poema

que esperaban leer tanto no cierra.

Porque no use adjetivos casi nunca.

Porque quiera seguir un poco más.

Porque insista, porque siga a mis dedos.

Porque elija

terminar el poema en un momento

en que debía seguir.

(Publicado en la antología Vientos migradores: Latinoamérica expatriada, Bogotá, Caza de Libros, 2016)

 

Aguafiestas

 

Pensar que uno está enfermo.

Ir entonces al médico

para salir cada vez aliviado.

Aunque sea un poquito.

Aunque se dude un tanto del galeno

y se piense en buscar

la enésima opinión.

Temer que uno se muera.

Imaginar el cáncer

que corroe los órganos.

Convencerse de que

esta no la contamos.

 

Yo no sé lo que es eso,

pero sé otra cosa:

convivir con la angustia,

el secreto terror

de sufrir de un trastorno,

no saberlo

y, lo que es peor aún,

no querer descubrirlo.

Un problema mental

o tal vez neurológico.

Algo de la atención

o del espectro autista.

El espectro, el fantasma:

la presencia ominosa

de algo que está y no está.

¿Viste el monstruo amarillo

de esa serie de moda?

Algo por el estilo.

El tipo que lo sufre

ha vivido treinta años

pensando que está loco

cuando en realidad

el parásito ese

le carcome los sesos,

hambriento como está

del secreto poder

que su víctima alberga.

 

Como en un Harry Potter

para adultos modernos,

aquel que lee o mira

podrá imaginarse

que se trata de él.

Son esas fantasías,

cuentos compensatorios,

con los que uno imagina

ser príncipe heredero,

un hechicero máximo

o un mutante especial,

ya que eso justifica

años de sufrimiento.

Pero al fin del capítulo

o al cerrar el libro

volvemos a enfrentarnos

con la némesis propia,

esa que no sabemos

si es real o no.

En realidad tememos

que no tenga existencia,

y dejamos entonces

que el tiempo pase, y sólo

queremos concentrarnos

en sea lo que sea

que lo ayude a pasar.

Queremos que nos dejen

engañarnos tranquilos,

sin un Correcaminos

que nos haga advertir

que vamos por el aire

y la ruta acabó.

 

Yo por lo menos tengo

esta ocasión divina

de disfrazar de arte

este extraño autoanálisis.

Cuando alguien me pregunte

ahí ya podré reírme

confundiendo al escucha:

declarar fe poética

y ausencia de otra fe.

Un poquito de amor

(si no propio, ajeno)

podrá tal vez cubrir

ese agujero.

Podrá o no podrá:

quizás no importe,

¡hay tantas otras cosas

en la vida!

Como decía el ciego

que ni follar logró.

Escribía bien el viejo,

eso sí es innegable.

No es que lo confortara

o lo satisficiera

pero es lo que tenía.

Una forma, tal vez,

que no es peor que otras

de encontrar un sentido

allá donde no hay.

 

El gato del rabino

(que no, tampoco existe) considera

que los seres humanos

se mueren por morir,

y que en el intervalo

sólo van encontrando

con qué pasar el tiempo.

El gato del rabino, pobrecito,

dejó de ser un gato

cuando aprendió a hablar,

pero tampoco es hombre:

no es más que un gato que habla

y no puede volver

al jardín del edén.

No es budista tampoco:

la tiene complicada.

No mucho más que otros,

sólo que él lo sabe.

De vez en cuando imita

al resto de los gatos

sin dejar de saber

que es un impostor.

En eso es elegante. La elegancia

es un pobre consuelo,

pero es uno

que no molesta a nadie:

otro mérito más.

(publicado en Los poetas hipocondríacos. Una antología con efectos secundarios, Cáceres, Ediciones Liliputienses, 2017)

 

Teoría del caos

 

El cáliz que apartaste de mí no será el excelente título de mi próximo libro. No será en él la figura de Vallejo un fantasma que aceche en la búsqueda de cada palabra; no tendrá por leitmotiv la naturaleza única de la propia habla poética. No me acecharán los peligros de la autocomplacencia. Nadie llamará para decir que mi libro anterior era mejor.

No convertiré el recital de poemas en un género de éxito; tropeles de jóvenes no acudirán como un solo hombre ante la sola posibilidad de escucharme. No seré el inventor indirecto de las groupies poéticas.

Nadie pedirá que me una a la comisión organizadora de la Feria del Libro, y no me aburriré como un hongo en sus reuniones.

La señora de los almuerzos morirá antes de que valga la pena invitarme a comer; ya no podré lograr que se arrepienta, ni sufriré la decepción de no haberlo logrado.

(de “El poeta con mala fe”, en VI Concurso Buenaventuriano de Cuento y Poesía, Cali, Universidad de San Buenaventura, 2010)