Érase una vez en Managua
Cuando cae la noche en Managua Salsa City, no solo se encienden las luces de neón: también despiertan las hienas, mujeres sin patria, excombatientes sin propósito, cuerpos que se venden, vidas que se roban. Aldo Vásquez nos ofrece una mirada a esta novela de Franz Galich, ganadora del premio centroamericano Rogelio Sinán en 1997.

Noche rocambolesca, por Aldo Vásquez
“Managua Salsa City: devórame otra vez” es una novela escrita por el autor guatemalteco-nicaragüense, Franz Galich. Ganadora del premio centroamericano “Rogelio Sinán” en 1997. Uno de los aspectos que, según el jurado hacen destacar a la obra es “La representación de un mundo marginal de la Managua postbélica, donde aún están vigentes las escoriaciones de la guerra”. Este ensayo se propone, en primer lugar, analizar como el lenguaje usado por los personajes revela su estrato social y define su rol en la Managua posbélica, la cual es comparable a un laberinto de violencia en la que se desenvuelven y reinventan. En segundo lugar, busca examinar la representación carnavalesca de la ciudad como un espacio transgresor, saturado de dinámicas corruptas, degradación moral y violencia cotidiana, los cuales son elementos que configuran el paisaje de posguerra. Finalmente, demostrar que la construcción de una Managua infernal mediante el contraste en los registros del lenguaje narrativo, no solo describe el paisaje urbano, sino también el desencanto moral y la fractura entre los ideales y la herencia de la guerra. El lenguaje es el principal descriptor de la dimensión moral y social a la que pertenecen los personajes en esta novela y brinda autenticidad al relato.
El lenguaje y los sujetos
La palabra tiene el poder de crear mundos, embellecerlos o esperpentizarlos, en el caso de Galich, el lenguaje logra introducirnos a una Managua esperpéntica. El lenguaje es el primer aspecto que llama la atención al empezar la lectura de “Managua Salsa City: devórame otra vez” debido a que, la introducción del espacio (Managua) donde la historia está por ocurrir se elabora mediante un juego de lenguaje de carácter altivo:
A las seis en punto de la tarde. Dios le quita el fuego a Managua y le deja la mano libre al Diablo. El reloj de Dios es de los buenos pues nunca le falla: todos los días, a la misma hora baja un poco la brasa del calor”. (Galich, 2000. P, 2)
Sin embargo, esta apertura grandilocuente se ve alterada sin previo aviso por un nuevo registro de lenguaje, el vulgar:
(como quien dice la brasa en la mano, pero más bien ha de ser en el cheto porque hasta los cojones se le cocen a uno en Managua y por eso las mujeres cargan el horno entre las piernas) – por eso venden cosa de horno, ¡Vas a querer, mi amor!) (Galich, 2000. P, 2)
Este contraste entre lo poético y lo prosaico va a estar presente en toda la obra, siendo uno de sus principales indicadores del estrato social de los personajes protagónicos y secundarios: Los marginales, siempre al borde de la nada y encontrando en su casi extinción los medios necesarios para poder subsistir, sin prestar demasiada atención a la ética, porque dentro de su realidad no hay espacio para ello.
Dentro del abanico de personajes de la novela, aquellos que más caben dentro de la calificación “marginal” son los miembros de una banda de ladrones liderados por Tamara, mejor conocida como la “Guajira”, una mujer en la veintena y huérfana de padre, quien había ostentando un alto cargo público durante el gobierno de Anastasio Somoza y que lamentablemente no heredó nada a su hija una vez caída la dictadura.
Junto a Perrarenca, Mandrake y Paila´epato, Guajira sobrevive a expensas de actos criminales. Ella es la carnada y los demás son los ejecutores. Estos personajes no solo están unidos por la necesidad, también lo están por el registro lingüístico: el vulgarismo. Según el Centro Virtual Cervantes (CVC) un vulgarismo implica: “el empleo de palabras mal formadas (…) o de enunciados agramaticales revelan desconocimiento del sistema de la lengua.” Por ejemplo:
– Perdone, no se equivoque – (ya agarró vara, ojalá que los brothers no se vayan a poner locos y la embarren porque este maje parece que anda billete, todo está en que me eche el tiro)
– ¡Que me equivoqué!, ¿en qué? (Esta sí que salió buena la muy araña de ñaña)
– Bueno, digo, no me confunda. (Va rápido el pichichi, eso quiere decir que está urgido y eso está bueno…) (Galich, 2000, p. 4)
El vulgarismo está asociado a factores extralingüísticos como: estrato social y nivel de instrucción. En el caso de Guajira y su banda, son delincuentes consumados, carentes de remordimientos que les impidan robar y en algunos casos, asesinar a quien se resista a los asaltos. Existe una relación inseparable entre lenguaje y realidad social. Este registro no solo es importante para entender y categorizar el lenguaje, lo es también para entender los factores sociales que influyen a los personajes: la pobreza, el oportunismo y las alianzas delincuenciales.
Por su parte, los demás miembros de la banda: Perrarenca, Mandrake y Paila´epato son veteranos de la Guerra civil de Nicaragua (1980-1990) quienes luego de haber sobrevivido a la debacle se reinsertan en la sociedad. Una sociedad convulsionada por el malestar ideológico, político y social propios de una etapa reciente de posguerra. Tomando su historial en cuenta, el uso de un lenguaje vulgar resulta propicio para que Galich configure a sus personajes o, mejor dicho, los adapte de manera eficiente para desenvolverse en un contexto social y lingüístico muy preciso y reconocible: los suburbios de Managua.
El lenguaje de los personajes sugiere que, gran parte de la sociedad nicaragüense del momento también experimentó una serie de limitantes educativas y económicas que los alienó hasta convertirse en “carroñeros”, es decir, el oportunismo se vislumbró como una práctica “normal” dentro de la precariedad económica y moral. Hay que sumar a esto las secuelas de la guerra, en el caso de esta novela, la inclinación hacia la violencia, “pero la violencia tiene otros rostros, han emergido nuevos sujetos, en este caso una mujer prostituta que jefea una banda de ladrones, marginal por múltiples razones; se trata de la protagonista, la bella y maldita Guajira.” (Escamilla, 2011, p. 85)
Managua: un carnaval salvaje
Con un poco más de suerte, tenemos a “Pancho Rana” un personaje que se convertirá en la presa nocturna para la Guajira y sus esbirros. Con treinta y dos años de edad, una buena complexión física e inteligencia suficiente para haberse hecho de un buen empleo una vez acabada la guerra, Pancho Rana es un hombre que se permite diversos placeres: noches de juerga y pasión en los bares y moteles capitalinos. Sin embargo, las facilidades no lo hacen un hombre vulnerable en una ciudad cancina como Managua, por el contrario, siempre está alerta y su instinto lo hace desenvolverse de forma efectiva en situaciones peligrosas. Pancho es a grandes rasgos una suerte de pícaro. Un pícaro que recorre las calles de una ciudad carnavalesca, colorida y salvaje que premia la osadía del más rápido y agresivo.
La noche en la que se desarrolla el relato, Pancho conoce a Guajira y decide seducirla, decisión que unirá a todos los personajes durante horas de persecución y desenfreno. Mientras Pancho y Guajira recorren las calles de la ciudad en busca de bares, se nos presentan miradas urbanas y biográficas de los personajes:
El carro bordeó la rotonda Rubén Darío, por el costado de la gasolinera iluminada como un barco, fueron subiendo sobre el bulevar hasta la colonia Centroamérica. Ambos pensaron en las prostitutas que se ponen en ese sector, Pancho Rana porque más de alguna vez se llevó alguna, la Guajira porque allí había empezado su carrera. (Galich, 2000, p. 9)
El pasado de Guajira evidencia su natural marginalidad, por otro lado, el de Pancho Rana produce un contraste: ex miembro de operaciones especiales después del final de la guerra civil. Tanto Pancho como Guajira son sobrevivientes de un capítulo convulso dentro de la historia reciente de Nicaragua. En ambos, es notable la carencia de ideologías o de un código moral. Sobrevivir lo es todo. Para Guajira, Pancho es una víctima más (una buena presa) y para él, ella es solo una adquisición más a la que puede acceder (una prostituta bonita). Es importante prestar atención a este juego de pretensiones que se da entre ambos:
– ¡Ajá! ¿y ahora, a dónde vamos a ir?
–¿A dónde quiere ir la niña pue? Vo mandá, chiquita linda…
–No sé usté…
–Pero antes de que sigamos, tratame de vos, no ves que voy a ser tu amigo de de hoy en adelante.
–¡Va puesss, vosss!
–¡Ja,ja,ja,ja! Sólo chochadas sos, así está mejor. Pero dijimos una bailadita, ¿no?
–¿Antes de qué? (Ve que dea verga la maje, cree que me va a matizar haciéndose la que está cuerito virgo.)
–¿Y no dijiste que te llevara a tu casa después del bailongo…?
–¡Ah sí, vamos pues! (ojalá que estos majes me estén fildeando porque si nos perdemos, además de que este maje me va a pegar una cogida que no es jugando, la vamos a cagar todita. Dónde estarán que nos be… tún. Cuál será la nave, o será que me va a salir con la balurdada de que sólo me está matizando y ahora me va a decir que vamos en taxi…, pero no, parece que es cierto porque se va metiendo la mano al pantalón y saca unas llaves).
Le abrió la puerta a la Guajira como solía hacerlo con la señora, sólo que con una cortesía exagerada a propósito. (Galich, 2000, p. 8)
El cinismo se vuelve una actitud recurrente en los personajes, ella al fingir su ingenuidad ante las intenciones de Pancho y él, al fingir una caballerosidad ante la mujer a sabiendas de que no es ninguna joven recatada. Al contrario, la figura de ella es sexualizada no solo por Pancho, si no, por ella misma al considerar su cuerpo como un activo que le permite acercarse a sus objetivos: el dinero.
Guajira es calculadora y fiel a su propia conveniencia, pues, sus pensamientos internos nos adentran en su relación con los demás miembros de la banda para cometer el crimen de la noche. Pancho Rana, no solo finge pertenecer a una mejor posición social, también se aprovecha de ello: el vehículo que conduce y el dinero que despilfarra son producto del robo que ha perpetuado en una quinta ubicada en la periferia de Managua, recursos que usa a su favor. El monólogo interno de Pancho evidencia esta situación:
(…) lo único jodido es que ojalá y me alcancen los billetes, porque en la caja fuerte ya no quedan más que documentos, y las joyas que ya las embuzoné, pero si esta maje soca, vendo alguna chochada, pero se daría cuenta que yo no soy el dueño, pero no importa porque toda puta es ladrona, sapa, oreja y soplona. (…) (Galich, 2000, p.11)
A diferencia del montaje de Guajira, la estrategia de Pancho sí rinde el efecto esperado en ella, puesto que, empieza a titubear sobre seguir o dar marcha atrás con sus ardides. No obstante, un monólogo interno de la mujer nos revela una autoafirmación de su identidad y naturaleza, nos revela una consciencia de las limitantes que la definen:
(…) pues se oye sincero, es claro que le gusto, pero sólo para jincarme porque no me va andar entre su gente, pues no soy de su clase, aunque en la telenovela sale un maje rico, de reales y de lo otro, que se enamoran de una jaña pobre como yo, y se casan y viven muy felices, pero suave, que ya me están llegando los tragostapis, porque lo que yo soy es una mujer que jefea una pandilla de tamales y que además putea cuando la necesidad de culear aprieta como ahora, así que olvidémonos, pero no sería mala onda ser la querida de un hombre de reales, así como hay miles y miles aquí en este infierno hijueputa que es Managua, (…) (Galich, 2000, p. 13)
En cualquier caso, es evidente el deterioro moral de los personajes, deterioro que resulta de lo más característico en el relato de posguerra y que contrasta con el antecedente histórico-social donde las consignas ideológicas formaban parte de la cotidianeidad, consignas que al fin y al cabo no se materializaron colectivamente en un sistema de valores, todo lo contrario, los personajes de “Managua Salsa City: devórame otra vez” están marcados por un individualismo exacerbado que define sus acciones y relaciones con su entorno.
Érase una vez en Managua
Perrarenca, Mandrake y Paila´epato, los perseguidores nocturnos a bordo del “Perromocho” (un viejo Lada) esperan atentos a que Guajira atraiga a una nueva víctima hacia la red para iniciar su rutina nocturna: Guajira seduce al hombre, lo embriaga. Es interceptada por sus súbditos y se finge como víctima; el montaje nunca falla. Todo esto ocurre al calor del licor y la densidad de la marihuana. Otro detalle que destaca al observar el modus operandi de la pandilla, es que no existe preocupación por las consecuencias de sus actos delincuenciales y esto se debe a la falta de credibilidad y de eficacia por parte de las autoridades del orden público, la Policía nacional: “No hombre, todavía no es hora de que se acerquen por estos lados, además, sólo pasan recogiendo su mordelona y no se vuelven a aparecer en toda la noche.” (Galich, 2000, p. 16)
La capital es un espacio carnavalesco permanente que enciende sus fritangas al caer la noche, Galich, haciendo gala de un registro poético que contrasta con la sordidez lo describe de la siguiente manera:
Las trompetas ensordecedoras apuñalaban la noche managüense, un tanto menos calurosa, con un fresco agradable: se empezaba a instalar, como los bohemios noctámbulos o como las meretrices que mal disimulaban la profesión. Hombres y mujeres bebiendo volcanes de cerveza y lagos de ron. (Galich, 2000, p. 23)
Por tanto, la noche es el escenario perfecto para que las hienas salgan a realizar su acostumbrada persecución. Al cabo de algunas horas detrás del rastro de Guajira y Pancho, los perseguidores recorren la ciudad y eso nos brinda otras miradas que demuestran el ambiente carnavalesco y sus dinámicas corruptas: “En el Molino Rojo no los encontraron, pero se quedaron viendo el show de una muchachita de quince años a quien todavía se le veían los huesos tiernos, pero que ya se comportaba como una profesional.” (Galich, 2000, p. 25) Durante la búsqueda de la presa, los asaltantes también hacen evidente la naturaleza violenta que los une y al mismo pone en peligro su alianza:
— No hombre, lo que pasa es que ustedes ya están picados y sólo locuras quieren hacer.
— ¡Tu madre es la picada! —dijo Perrarrenca en tono desafiante.
Mandrake amagó con írsele encima, pero Perrarrenca sacó una 38 especial.
— ¿Qué es la verga...? Ya sabés que a mí me yede la vida. Al ver el brillo oscuro de la muerte, Mandrake se tranquilizó y pensó en que su animal, como llamaba a su revólver, la tenía bajo el asiento trasero del automóvil, junto con un Ak plegable. (Galich, 2000, p. 59)
Dentro del contexto de posguerra la posesión de armas de alto calibre en los grupos delincuenciales resulta bastante habitual, como se mencionó anteriormente, estos ladrones fueron soldados durante la guerra civil. Poseer un arma equivale a una herramienta de trabajo, lo cual es un indicador de que la reinserción social no fue igual para todos los excombatientes. Si bien, la novela solo nos proporciona algunos flashbacks sobre el pasado guerrillero de la pandilla Perrarrenca, nos deja claro que, la violencia sigue siendo la dinámica predominante en la relación de los personajes. Según Cano (2023):
Durante las guerras civiles en Guatemala, El Salvador y Nicaragua se importaron y diseminaron una gran cantidad de armas. Tras el fin de las guerras civiles y la desmovilización de los combatientes se intentó recolectar las armas. (…) En Nicaragua, sólo 17,000 armas a pesar de que fueron desmovilizados unos 91,000 combatientes. Nicaragua destruyó 100,000 armas, pero muchas permanecen en la región.
En la recta final del relato de Galich, la acción transcurre en la quinta que custodiaba Pancho y donde finalmente, consuma su deseo sexual con Guajira. Aunque el sexo con desconocidos es solo un trabajo más para Guajira, esto afecta a la dinámica delincuencial de la pandilla porque Mandrake, tiene un interés romántico hacia ella. Situación que los vuelve una molestia ante los ojos de Paila´epato y decide aprovechar la situación (el asalto en la quinta) para deshacerse de ambos. No obstante, Paila´epato es el primero en caer víctima de las habilidades para el combate cuerpo a cuerpo de Pancho: “Todo fue en un abrir y cerrar de ojos, nada de violencia ni ruido. La muerte fue sorpresiva, silenciosa e indolora. Gracias a los instructores vietnamitas, pensó Pancho Rana.” (Galich, 2000, p. 71).
El trayecto final destaca por la velocidad de progresión. El narrador nos pone en la perspectiva de los asaltantes (invasores) y de Pancho Rana (defensor), puesto que, en este punto la confrontación es inevitable y deja claro que la violencia es la única solución viable para acabar con toda la tensión que se viene apreciando desde un comienzo, tanto la violencia descrita como la ejercida mediante el lenguaje. La acción es constante, digna de una escena de acción rodada por Quentin Tarantino: sexo, desenfreno, disparos, cuellos rotos, mujeres semidesnudas y asustadas, violadores oportunistas en el momento justo y una reguera de cadáveres en una residencia lujosa.
Todo esto ocurre al amparo de la noche de la Managua de los 90´s. Como si se tratara de una historia más dentro de un centenar que forman parte de las anécdotas sórdidas de Managua. Historias que demuestran el malestar y la desesperanza en “el infierno” de neón. Este infierno no solo es físico (una ciudad dispersa y sucia) también es moral (delincuencia y corrupción), en todo caso, el principal material para crearlo recae en el manejo del lenguaje y sus diversos registros manejados por Galich, desde la apertura de la obra hasta su final, lleva los registros poéticos y prosaicos a los extremos: lo poético para crear la atmósfera de la ciudad donde se mezclan la nostalgia y la incertidumbre; lo prosaico para demostrar que, ante la incertidumbre los personajes tienen poco más que el vocabulario hostil y soez como un recordatorio de lo único que heredaron de los escombros de la guerra y las consignas del pasado reciente: el desencanto ante los ideales y el porvenir.
En conclusión, en “Managua Salsa City: devórame otra vez” se mezclan el lenguaje, la violencia y el desencanto como la herencia de la guerra de manera armoniosa. Se retrata una ciudad viva y reptante, reconocible por todos sus contrastes y problemáticas. El lenguaje es la base sobre la que Galich construye un escenario en el que, la ironía y lo carnavalesco entretienen al mismo tiempo que normalizan la violencia urbana de Managua, el lenguaje es al mismo tiempo el mayor ejemplo de identidad social de los personajes y expresa su postura ante la realidad. Sin embargo, el cinismo adoptado por estos no es solo una crítica ante el fracaso de los sistemas ideológicos, no es una victimización; es una respuesta ante las grandes utopías que también son producto del lenguaje: el lenguaje político que, tarde o temprano repercute entre las masas que a diario saturan las calles de la ciudad, sea esta Managua, San Salvador o Boston. El lenguaje es la materia prima que construye a los individuos y estos a su vez, construyen determinada sociedad. “Managua Salsa City: devórame otra vez”, le devuelve la voz a los vencidos y desde esa marginalidad, tienen el poder exponer las fallas del oficialismo, en síntesis, el lenguaje es el nuevo espacio desde el cual el discurso histórico es confrontado.
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Bibliografía
Cano, M. (23 de agosto de 2023). CEMERI . Obtenido de Centro Mexicano de Relaciones Internacionales: https://cemeri.org/art/a-violencia-armas-guerras-centroamericanas-ht
Escamilla, J. L. (2011). El protagonista en la novela de posguerra centroamericana. San Salvador: Universidad Don Bosco.
Galich, F. (2000). Managua salsa city: devórame otra vez. Panamá: Géminis.
Cervantes, C. C. V. (n.d.). CVC. Diccionario de términos clave de ELE. Variedad lingüística. (10 de julio 2025) https://cvc.cervantes.es/ensenanza/biblioteca_ele/diccio_ele/diccionario/variedadlinguistica.htm