Las rupturas esenciales
Las visiones vertiginosas de la joven poeta Eleonora Castillo, ganadora del Premio Los Confines 2024, en exclusiva para Álastor.

Moisés, por Aldo Vásquez
Tropiezo televisual
El niño atravesando la arena, corre hacia la columna vertebral del sueño
por las enormes dunas del mar recóndito de la poesía,
y el hambre del camino a casa.
ROMMEL MARTÍNEZ, Fantasma
Jim Morrison conduce una especie de aeronave en una autopista estelar e intermitente,
una especie de autopista estelar que conduce a Morrison como una aeronave, guiado por un silbido inconfundible.
En la carretera, el sonido de la radio es más efectivo que la hipnosis, entreteje las migajas de un anuncio redentor, el perdón que nos redime de la niebla.
El silbido viene de la radio y lo conduce hacia Alabama, a un bar de whiskey.
Morrison le pide perdón a la radio.
Sabe que no debió preguntar por la chica más joven, ni debió haber acercado sus llagas a los perros.
Todo le parece certero: el billar, las heridas en sus manos, la sombra de un niño muerto sobre la estepa, el alivio de saberse un hombre con aliento de bestia, y el beso del suelo que es un mar afelpado como parido por una urdidora.
De pronto, me encuentro en una intersección y reconozco que estoy en un sueño.
Este paisaje, lógicamente es resultado de la cripta imaginaria. En este devenir, los pixeles que provienen del mundo de los despiertos viven en colonias dentro de la cripta y la gobiernan. No es una bóveda televisiva y aunque se le asemeje, aún no podría afirmarlo con seguridad.
Quisiera también poder decir que esta sucesión de estrellas es una revelación de la metadata. Un ardid informático donde el espacio aguarda el despertar de la conciencia y todo se compone dentro de una red pacífica y atómica, y que Morrison y yo compartimos la misma flagelación temporal, pero en 1970 no había data que les cantara a los hijos del fin del mundo ni secuencias programadas que enseñaran sobre el amor.
La cripta me ofrece paisajes según sucedan los ciclos y sé que los ciclos son un mapa que trazan una búsqueda implacable como implacable es su verdad y su verdad reside en el córtex, en las corrientes con las que el sonido vaya preñando mi cerebro.
Encuentro el retrato de una muchacha y su sonido me dice que su naturaleza enrevesada y a medio designar es la naturaleza de la muerte.
Cae sobre mis puños un líquido viscoso, como la viscosidad que solo existe en los sueños, y tiene el mismo sabor de mi niñez, el sabor-impronta que va naciendo al pasar la lengua debajo de los labios después de recibir un puñetazo, y de esta forma reconozco a la chica del retrato, pude haberla visto llorar su odio, alguna vez en una película. Su imagen huye en busca de cualquier encuentro, se me escapa de las manos con la misma rapidez con que las lágrimas se reciclan en mi aurora.
En el mismo bar, la muchacha quiere encontrar la satisfacción en un baile condenatorio, la ruptura estratégica para olvidar el pecado.
Quiere desarraigar la culpa de su pecho, como quien se saca de los huesos un magma purificador.
No sabe que basta con escuchar la radio para apaciguar el diluvio que le nace de la espalda.
En la autopista, Kurt Russel conduce un carro a prueba de muerte, que es muy parecido a una cuna-féretro y no tiene radio. Dicen que a Tarantino le gustan los féretros y por eso se lo obsequió a Kurt Russel. Este, llenando el espacio de artificios, busca una mujer sin nombre, como las figuritas de la televisión, que no tienen nombre ni origen.
De pronto, estoy de nuevo en la intersección, y Russel huye cantando una promesa musical, el desencanto que no existía en los sueños, hasta ahora.
El cuerpecito muerto de la chica del retrato es un collar de huesos paternales. Se convierte en el tesoro que siempre me dispuse a buscar.
Es el magma purificador que alguna vez me será heredado.
Ahora, puedo decir con seguridad, que se trata de la bóveda televisiva, y que comprender el andar de un ciempiés con la solemnidad poética del slow motion, es una epifanía que se repite, y su perpetuidad es el momento exacto donde la respiración busca incansable conocer a un pez arrepentido de nadar, y en ese instante a pesar de la incertidumbre, el aire se dirige hacia la orquídea más herida para que el esqueleto del último quetzal le manifieste a sus alas que la lejanía hace del apátrida, el hijo de todas las tierras.
Tia-Zik
Cierro los ojos y pretendo controlar el dominio territorial de sedación.
Busco las rupturas esenciales para evidenciar la raíz/placebo de esta irrealidad natural,
y en su lugar encuentro una daga.
Esta, al sentir mi olor se transforma en una llave maestra que abrirá todas las jaulas
excepto una que ya está abierta.
La precisión de la distancia entre sus columnas me permite atravesar su mínimo territorio.
Está vacía, la veo vacía, pero en los sueños los sonidos tienen colores y esta tiene el sonido de un discurso dictatorial y es del color del sermón dominical de un obispo.
Dentro hay un pájaro/delfín, su delicado cuerpo se abre bruscamente
a los movimientos de su esencia.
Su danza comunica un idioma espacial y la comprensión me abandona,
me deja sola y me uno a mi primer recuerdo: la mater essentialis es una incubadora
que dispone la temperatura de las dalias.