El monstruo nuestro de cada día

Notas alrededor de El Preso 198: Un perfil de Daniel Ortega, del periodista Fabián Medina Sánchez, publicado este año.

Fotografía de Sergio Palma (ver galería completa).

«Quien lucha contra monstruos debería cuidarse a sí mismo de convertirse a su vez en monstruo; y cuando vos al abismo contemplás, te contempla el abismo a vos también».

Friedrich Nietzsche

 

Nací en los noventa. Soy de esa generación que ha vivido mucha de la historia contemporánea a través del relato oral y los sufrimientos personales de nuestras propias familias. Nuestra propia mitología revolucionaria nos relegó y muchos no nos hemos preocupado por leer e investigar, pues hemos tenido total y plena confianza de conservar esas leyendas vivas, aquellos heroísmos y ficciones, a través de nuestros fracturados padres y abuelos. Si los que nacieron al final de los setenta han sido la Generación Traicionada, podría darme la libertad de nombrar a la mía como Generación Dormida, y a la de los jóvenes que nacieron un poco menos de una década después de mí y han puesto este año a los muertos la llamaría Generación Secuestrada.

En los tiempos distorsionados, todo se siente literario. La clandestinidad, una tan romántica narrativa de aquellos años de persecusión a los revolucionarios vencedores, ahora la vivimos nosotros con una doble vida, con un pie en la realidad tangible, pero intercambiando sátiras y noticias por debajera, viviendo una clandestinidad cibernética que es la pesadilla de quien cree poder controlarlo todo e ingenuamente pensó que podría contra un aparato que nadie puede controlar, ni él ni nadie: el internet.

Preso 198 llegó a mis manos, metafóricamente hablando, a través de Whatsapp. Supe del libro por debates éticos en Facebook sobre la fuga de su versión PDF y la controversia  de leer el trabajo esforzado de casi una vida de un autor a través de la piratería. Dudé en abrir el documento, pero al final cedí ante la curiosidad morbosa de tener dentro de mi teléfono lo que sentía como una caliente caja de Pandora.

Después de leer el libro, me doy cuenta de que, más allá del documento, existe algo simbólico en haber tenido lo que para la generación de mis padres podría haber sido un panfleto subversivo, de esos que se pasaban de mano en mano, escondido en alguna mochila o maletín; pero ahora este libro incendiario fue leído en las narices de los oficiales de la policía oficialista, blandiendo ellos sus fusiles impunemente, sin poder imaginar qué estaría leyendo una persona más atascada en la hora pico de una Managua “normal”.

Existe algo muy incómodo en leer la historia arrancada a pedazos del bicéfalo Ortega-Murillo. Fabián Medina nos presenta un collage, trozos de historia, un álbum familiar al que le faltan fotos y que tiene otras en pedazos. La historia de un hombre torturado al que lo salva un retorcido amor.  El enclenque miope sin el carisma de Carlos Fonseca, ese que no aguanta la montaña como la tendencia GPP, que fue salvado de la cárcel por pellejo ajeno, el que no tiene el entrenamiento de la Dora María o la Leticia Herrera, ese que tiene como silla presidencial la sangre de tantos (y tantas) que tuvieron más temple que él. El que llegó al poder precisamente por falta de presencia y para apaciguar egos ajenos.

Si algún mérito ha tenido la Chayo es no conformarse con ser la Eva Braun de Ortega. Algo que en el mundo fantástico de la todóloga primera dama es muy acertado es que la realidad no es más que una narrativa. Esta ha sido el arma, volverse una leyenda viviente, tachando y reescribiendo la historia en donde pueden darse el lujo de regresar al pasado y ser infinitos mártires y semidioses olímpicos. Poco les ha faltado para decir que Ortega mismo ajustició al Goliat con una piedra. ¿Cómo lo van a desmentir los muertos?

¿Qué pensará la vicepresidenta, de verse desnuda, fuera de las mentiras e intrigas tejidas cuidadosamente a su alrededor? Medina nos presenta al monstruo bicéfalo diseccionado, para que nos tomemos el tiempo de visitar ese museo virtual y entendamos que Ortega-Murillo no es un animal extraño, sino dolorosamente común. La narrativa del padre déspota, del padrastro violador, del hombre curtido por la cárcel, de la madre que vende a su hija por estatus o sobrevivencia, de la prole fecunda, del “negocio familiar”. ¿Es escandalosa esta narrativa en un país tan acostumbrado a las violencias cotidianas?

Es costoso mantener una narrativa rancia para siempre. Hemos sido encadenados al pasado y a llorar perpetuamente a los muertos de la insurrección sandinista, y apegarnos a una revolución que Ortega-Murillo nos vende como eterna. Una revolución que muchos pensamos como un proyecto fallido o saboteado, dependiendo del sabor político, y que se ha vuelto para el poder en turno una narrativa tan desfasada que tiene que aferrarse a ella con las uñas, vigilándonos los tiranos día a día desde las tantas vallas estáticas que son como ventanas de una celda con ellos mismos en cada esquina de Managua.

La prisión mental de Ortega es la que lo puso donde está y la que lo arrancará del poder, aunque con eso pierda su propia vida. Su discurso antiimperialista es su cárcel. Sus aviones privados, la austera compañía limitada a sólo sus consanguíneos, es su cárcel. Pensar que todavía está viviendo en la guerrilla de los setenta es su cárcel. Creer que puede controlar el coloso colectivo que son las redes sociales es su cárcel. A su tercera edad, lo que más desea es no enfrentar la libertad de la muerte, quiere que su cárcel sea el imaginario de todos los nicaragüenses, como héroe o como dictador, le da igual.

Considero el libro de Medina una lectura urgente, sobre todo para quienes nacimos después de 1988. Me resulta dolorosamente evidente que la crisis y la insurrección de abril para acá no son más que la necesidad de enfrentar una realidad que ha sido ignorada apostando por la tensa paz que nos ofrecía el monstruo Ortega-Murillo a cambio de nuestro silencio y nuestra obediencia. Buscamos la libertad con terror, pero con esperanza. Ansiamos escapar del monstruo que parece renacer cada 40 años, más o menos. Ortega no es un súper hombre, es un hombrecillo flaco y torturado que sigue preso en los años sesenta, torturado por la cárcel y torturado por la libertad que lo flageló después de eso. El mayor de los terrores del monstruo bicéfalo es verse puesto en evidencia de su vulgar humanidad y ordinariez.

Ortega nunca nos dará la paz, porque él no puede darnos nada que no tenga él mismo, aunque sea el eslogan de la cuarta reencarnación de su campaña política. Para él la paz sólo son tres letras que juntas no forman nada que le resulte familiar. Murillo, por su parte, nunca perdonará a la juventud nicaragüense el haber roto el enfermizo encantamiento en el que se juraba consagrada como la abuela chamana del país entero a punta de plagios de canciones de los Beatles, para hacernos parte de su delirio psicodélico anclado en el siglo pasado. La libertad no es una opción para quien nunca ha sido libre. La muchacha eternamente embarazada, con sueños de literatura y mundo cosmopolita, ahora nos receta improperios que tanto le duelen a ella misma. El muchacho que fue torturado por un tirano ahora tortura a otros muchachos, con el mismo miedo que el monstruo anterior sufrió ante su inminente derrota.

El monstruo se irá, pero ¿a qué precio? El bautizo de fuego de tantos jóvenes nicaragüenses, resistiendo simultáneamente en una sincronicidad borgeana con tantos otros rebeldes, vivos y muertos que han de dejar sus ánimas restregadas en esas paredes, se convertirá, si no nos cuidamos, en otra caja de Pandora.