Las palabras de la muerte (un análisis estilístico de Enrique Lihn)

Un análisis formal, partiendo de los aportes teóricos de Levin y Greimas, de dos textos del gran poeta chileno Enrique Lihn.

Fotografía de Grethel Paiz

Para Octavio Paz el acto poético es una referencia a nuestra “naturaleza original”, en él se crea y se revela otra realidad, un mundo ignorado y automatizado por las costumbres y el transcurso del tiempo. La poesía es la conciencia de esa extrañeza, la epifanía que muestra una realidad “encubierta por la vida profana o prosaica”. El ritmo y la imagen evocan una experiencia imposible de verbalizar, un mundo que tiende a lo inconsciente y mitológico, hacia la imaginación que refiere a nuestro propio ser. El lenguaje es intervenido y un discurso nuevo es revelado.

 

En término formales el discurso poético está constituído por un conjunto de estructuras que proporcionan cohesión interna y unidad al texto. Dichas secuencias podrían concebirse a nivel lingüísticos como manifestaciones del principio de recurrencia propuesto por Roman Jakobson bajo la influencia de las teorías de los formalistas rusos. Estos fenómenos pueden ser sistematizados —según Samuel R. Levin— como relaciones semánticas o sintácticas denominadas couplings ( emparejamientos o paralelismos, referencias equivalentes u opuestas). Por otro lado, el célebre semiólogo ruso A. J. Greimas teoriza sobre el concepto de isotopías, a saber, un conjunto jerárquico de categorías semánticas redundantes que logran homogeneidad dentro del texto.

El siguiente ensayo pretende utilizar dichas herramientas textuales en combinación con la idea revelación poética propuesta por Paz, para analizar los poemas Porque escribí y Monólogo del viejo con la muerte del escritor chileno Enrique Lihn.

*

    Enrique Lihn (Chile 1928 - 1988) irrumpe en el panorama de la poesía latinoamericana con la publicación de su tercera obra, La pieza oscura, en 1963. Al igual que Nicanor Parra y Jorge Tellier, Lihn se rebela contra el lenguaje sacralizado y automatizado de sus predecesores. Parodia a Neruda, arremete contra la figura del poeta como pedagogo del pueblo, transforma un lenguaje mayor en uno menor. Su proyecto poético consiste, como el mismo autor afirma, en la construcción de una poesía “situada”, es decir, en la utilización de recursos narrativos y dramáticos (como el monólogo) bajo un tono confesional. La obra de Lihn transita entre los temas de la vida y la muerte, la escritura, el amor, los viajes y los museos. Su estilo se desplaza desde el hermetismo presente en la mayoría de los textos de La pieza oscura hacia formas más concretas y claras propias de la poesía conversacional en obras como Poesía de paso (1966). Los textos a analizar se sitúan respectivamente en este periodo de su producción literaria.

 

Porque escribí

 

En Porque escribí, el “yo” lírico asume un tono confesional, una especie de discurso teatral que reflexiona sobre la relación entre la vida y la escritura. El poeta (la voz lírica del texto, pero no el autor) se ve a sí mismo como un ser enfermo por la angustia, una víctima del dolor incapaz de sobreponerse a sus propios vicios. Estas ideas se ven reflejadas a través de una serie de reiteraciones a lo largo del texto:

[...] fui la víctima

de la mendicidad y el orgullo mezclados [...]”

 

Estuve enfermo, sin lugar a dudas

y no sólo de insomnio,

también de ideas fijas que me hicieron leer

con obscena atención a unos cuantos psicólogos [...]

 

Me condené escribiendo a que todos dudarán

de mi existencia real  [...]

El “yo” lírico acepta la angustia, la nombra y la asume como parte inevitable de la vida. Esta actitud es evidente a través  de ciertas isotopías relacionadas con el sufrimiento (mendicidad, crueldad, abismo, monstruos, verdugo, etc) y la enfermedad (insomnio, odio, orgullo, cólera, etc) en un sentido psicológico y existencial.

Para Lihn la existencia es una especie de locura, una ilusión en conflicto con la verdadera naturaleza del mundo. En medio de la incertidumbre la muerte es la única certeza. A través de la escritura el poeta comprende mejor esta condición, la acepta y reconoce como una perturbación inevitable. Esta afirmación se manifiesta en el texto a través de algunos couplings. A nivel formal es posible identificar reiteraciones semánticas que atribuyen a la escritura el origen de cierto tipo de revelación. 

[...] digo que pasarán porque escribí

y hacerlo significa trabajar con la muerte

codo a codo, robarle unos cuantos secretos.”

 

Pero escribí: tuve esta rara certeza,

la ilusión de tener el mundo entre las manos [...]”

 

“[...] porque de la palabra que se ajusta al abismo

            Surge un poco de oscura inteligencia [...]”

En este sentido es posible reconocer en el texto algunas características del discurso metaliterario y un grupo de isotopías relacionadas a la escritura: poesía, palabras, escritura, verso. El poeta no sólo revela una experiencia y una interpretación de la realidad, sino que reflexiona sobre la literatura y la escritura misma. Para Lihn —al igual que Paz— en el texto poético se transmite un discurso que excede a la experiencia inmediata, una visión del mundo revelada a la sombra de los acontecimientos cotidianos. 
Este discurso —en apariencia apologético y sentimental en relación a la escritura— es confrontado a lo largo del texto. El autor desacraliza a la poesía y se niega a reconocer en ella una solución definitiva al sufrimiento humano. Esta postura es evidente en una serie de versos contradictorios. El “yo” lírico afirma y niega la utilidad de la poesía a través de un conjunto de paralelismos semánticamente opuestos. La escritura no cumple ninguna función, se trata en todo caso de una actividad inútil y al mismo tiempo trascendental en la vida del poeta, un oficio capaz de originar una nueva visión del mundo.

“[...] la poesía me sirvió para esto:

no pude ser feliz, ello me fue negado,

pero escribí.”

 

“De la vida tomé todas estas palabras

como un niño oropel, guijarros junto al río:

las cosas de una magia, perfectamente inútiles [...]”

 

“La especie de locura con que vuela un anciano

detrás de las palomas imitándolas

me fue dada en lugar de servir para algo.

Del mismo modo la escritura es referida como el origen de dos manifestaciones opuestas. La poesía supone un conflicto, cierta tensión entre el sufrimiento y el consuelo. Escribir es enfrentar una serie de vicios y perturbaciones humanas, admitir que el orgullo y la vanidad forman parte del oficio mismo. Pero en el acto poético se manifiesta una especie de consuelo existencial. El “yo” lírico se ve reconfortado a pesar de los padecimientos y dolencias de la vida. El autor hace uso de algunos paralelismo de orden sintáctico y semánticos para expresar esta contradicción.

Escribí, mi escritura fue como la maleza

de flores ácimas pero flores en fin [...]”

 

Escribí: fui la víctima

de la mendicidad y el orgullo mezclados [...]”

 

“[...] pero escribí y el crimen fue menor,

lo pagué verso a verso hasta escribirlo [...]”

 

Pero escribí y me muero por mi cuenta,

porque escribí porque escribí estoy vivo [...]”

De este modo se establece un equilibrio entre los múltiples discursos del texto. El autor utiliza estos matices para evitar el maniqueísmo y la simplificación, la victimización y la sensiblería. Este tratamiento proporciona al texto un carácter sombrío pero esperanzador. La poesía no salva pero acompaña en el dolor, desautomatiza y revela una realidad que permite soportar con cierto grado de estoicismo y ecuanimidad los acontecimientos desagradables de la vida.

El autor utiliza este mecanismo de oposiciones y reiteraciones a lo largo de las primeras seis estrofas del poema. Con la excepción de algunas variaciones sintácticas el artificio parece ser el mismo. La escritura, el dolor y la muerte se constituyen como la base discursiva del texto apoyada por la construcción de algunas imágenes secundarias. La mayor variación formal se observa hacia el final del texto, en la séptima estrofa. El autor utiliza una serie de nueve couplings de orden sintácticos que a su vez se encuentran asociados por oposición semántica en grupos de dos versos.  

(Los espacios entre los pares de versos son introducidos para ejemplificar mejor estos paralelismos)

“Porque escribí no estuve en casa del verdugo

ni me dejé llevar por el amor a Dios

ni acepté que los hombres fueran dioses

 

ni me hice desear como escribiente

ni la pobreza me pareció atroz

 

ni el poder una cosa deseable

ni me lavé ni me ensucié las manos

 

ni fueron vírgenes mis mejores amigas

ni tuve como amigo a un fariseo

 

ni a pesar de la cólera

quise desbaratar a mi enemigo.”

En este emparejamiento encontramos la negación y el rechazo a cierto tipo de moral burguesa. Al oponer el concepto de Dios y dioses, vírgenes y fariseos, pobreza y escritura, el poeta reconfigura sus sistemas de valores y asume una visión del mundo al margen de la construcciones sociales convencionales. En este sentido la connotación ideológica del texto puede expresarse como una crítica de los principios morales conservadores. Este artificio logra la unidad del texto y resume los puntos de vistas expuestos a lo largo del todo el poema. El “yo” lírico se rebela contra la hipocresía de la sociedad y reconoce en la escritura una experiencia liberadora. A pesar del sufrimiento la poesía ofrece al individuo la capacidad de cuestionar y de elegir. El dolor es una constante inevitable pero a través de su reconocimiento es posible tolerarlo. Esta afirmación se confirma en los versos finales que por oposición revelan el tema central la obra:

“Pero escribí y me muero por mi cuenta, 

porque escribí porque escribí estoy vivo”

 

Monólogo del viejo con la muerte

 

El artificio que rige la construcción de el Monólogo del viejo con la muerte es una especie de desdoblamiento de la voz poética. El viejo y la muerte son al mismo tiempo hablante e interlocutor, emisor y receptor. El “yo” lírico recuerda los acontecimientos de su vida a través de la voz reveladora de la muerte. Este procedimiento desemboca en un juego de espejos: la muerte no es un personaje independiente sino que forma parte de la naturaleza misma del individuo. El discurso del emisor es el mismo discurso del receptor. 

A lo largo del texto el “yo” lírico se reconoce en una serie de episodios concretos. La imagen del pasado se proyecta hacia el presente. A nivel formal esta consciencia personal se evidencia a través de un conjunto de emparejamientos sintácticos y semánticos relacionados con los verbos ver y mirar:

“Aquí tiene la vida,

Mírese en ella como en un espejo, [...]”

 

Mírese bien, es Ud. ese hombre

Que remienda su única camisa  [...]”

 

“Tranquilo. Una mujer de cierta edad. Tranquilo

Mírela bien. ¿Quién era? Ya no la reconoce  [...]”

 

Vease en ese trance, eso era todo:

Asesinar a un muerto que le grita: no existo [...]”

El sujeto se identifica con los hechos y observa en ellos el transcurso de la vida. Los episodios se desplazan en orden cronológico desde la infancia a la vejez. Es en este punto —después del devenir inevitable de los días— donde la vejez sugiere una especie de transformación física y psicológica. Esto se revela en un grupo couplings que a nivel semántico se oponen a la idea de reconocimiento expuesta en otros emparejamientos.

“Y bien, eso era todo. Véase Ud. de viejo

Entre otros viejos de su edad,  [...]”

 

Nadie lo reconoce, ni Ud. mismo

Cuando ve su sombra  [...]”

    La idea del sufrimiento es una constante a lo largo del poema y es posible identificarla por medio de algunas isotopías relacionadas a los vicios, la angustia, la pobreza y la muerte.

 

    En este sentido el autor sugiere una vida transitada por la humillación y el dolor de las circunstancias externas. El sujeto se ve obligado a soportar con cierto grado de estoicismos el sufrimiento ocasionado en su relación con los demás.

Le han pegado en la cara, llora a lágrima viva,

 Le han pegado en la cara [...]”

 

Le han pegado en la cara, Ud. pone la otra [...]”

La idea de humillación se refleja con mayor claridad en un grupo de versos relacionados a la convivencia en pareja. El autor utiliza como recurso una serie de enumeraciones para reflejar la naturaleza conflictiva del amor y sus innumerables matices. El número de estas reiteraciones de orden sintáctico y semántico sugiere la importancia de esta experiencia y enfatiza la crueldad de la que el “yo” poético ha sido víctima a lo largo de su vida.

“[...] es ella, la que odia sus calcetines rotos,

la que le exige y le rechaza un hijo,

la que finge dormir cuando Ud. llega a casa,

la que le espanta el sueño para pedirle cuentas,

la que se ríe de sus libros viejos,

la que le sirve un plato vacío, con sarcasmo,

la que amenaza con entrar de monja,

la que se eclipsa al fin entre la muchedumbre.”

  La estructura del poema está basada en un conjunto de escenas ordenadas en forma cronológica. Dicha secuencia sugiere el tránsito y el cambio inevitable de la experiencia humana. En medio del caos y la incertidumbre, de la búsqueda constante de reposo, se introduce un leve contrapunto con la utilización de una isotopía referente a la virtud. Es posible encontrarla en palabras como: virtud, vida, alegría, santo, paraíso.

El texto encuentra su unidad en la última estrofa. El “yo” poético, ya anciano, reconoce su propia vejez y el fin próximo de su vida. Desde la distancia temporal surge una nueva consciencia y una perspectiva desautomatizada de la experiencia.

Y bien, eso era todo.

Aquí tiene la vida, [...]”

 

Y bien, eso era todo. Véase Ud. de viejo

entre otros viejos de su edad [...]”

 

“Véase en ese trance, eso era todo:

asesinar a un muerto que le grita: no existo [...]”

Esta nueva aproximación a los hechos origina la aceptación del sufrimiento y del miedo. La cercanía de la muerte provoca en el “yo” lírico una relativa calma. El dolor no parece tan amenazador si el individuo observa la brevedad e impermanencia de la vida.

“¿Por qué pues no morir tranquilamente?

¿A qué viene todo esto?

Basta, cierre los ojos;

no se agite, tranquilo, basta, basta.

Basta, basta, tranquilo, aquí tiene la muerte.”

    De esta manera, después de analizar algunos de los fenómenos estilísticos y poéticos presentes en estas obras, es posible concluir que ambos textos comparten temas como la angustia, el sufrimiento, la vida y la muerte. Estos motivos originan una especie de tensión dramática a lo largo del texto que se ve confrontada por una visión más esperanzadora. Lihn sugiere una especie de consuelo revelado a través de la palabra y la aceptación de la condición humana.