Mazo poético desde la República Dominicana

Doce poetas dominicanos nacidos entre 1975 y 1991. Se incluye antología completa en PDF para descarga gratuita.

Fotografía de Sergio Palma (ver galería completa).

Ístmicas es una serie de libros electrónicos publicados por Álastor con el propósito de acercar la poesía de autores contemporáneos a lectores de todas las latitudes. Hemos ya publicado a poetas nacidos en Costa Rica, El Salvador, Guatemala y Panamá. Aquí les presentamos una muestra de El mar tiene dos puertas que se abren por la tarde, antología preparada especialmente por Denisse Español para la colección. Para leer el libro completo, y acceder igualmente a los volúmenes anteriores, ir a este enlace.

Los editores.

 

Jael Uribe (Santo Domingo, 1975)

 

Un hijo sobre el vientre

 
Sólo cargo entre mis manos las garras
de esta fiera tristeza.
Sin pena me cuelga del vientre un hijo inconcluso.
El batallar impreciso de mi patria deforme.
Palabras endulzadas enquistando mis venas,
las mismas usadas para maldecir la tierra.
 
Cargo entre mis manos la muerte:
Los planos de mi nicho cosidos en los sueños.
Las hojas de un poema infinitamente triste sonriéndome.
La certeza,
de que burlarse de la sombra
es más factible que temerla.
 
Sólo quiero un camino en el Norte
para encontrarme con la noche y decirle:
-¡Detente!
No me llames a la fila sin nombre,
donde el zumbido de mi voz se pierda.
 
Cargo en mis palabras las alas
que picotearon ansiosos los cuervos.
Arrullo la noche entre mis labios
la arropo en mi silencio.
 
No me hables de la suerte, destino,
del roce de manos de un amor transparente.
Yo que vivo inconforme del pasado
cargando en la memoria a un hijo muerto.
 
 
 
 

Petra Saviñón (Azua, 1976)

 

Etapa incompleta

 
Hay un feto colgado en mi puerta      
un grito de chiquillo nonato que se queja en mi ombligo
un espacio de presencias muertas
incrustado en mis sentidos
una desgracia insolente me pasma y vapulea mi razón
y en el fondo del abismo un rostro me espera
evoco tantas vidas, tantas citas pasadas y futuras
no retengo mis semblantes
los iris que escudriñan el hastío   
una sola y ligera verdad se acomoda entre mis sienes
retrocedo ante el terror de sentirme redescubierta
no sé cuánto más permanecí dormida
anquilosada frente a tantas matrices
a tanto semen que escribe nombres sobre ataúdes internos
 
 
 
 

Jesús Cordero (San Cristóbal, 1977)

 

In-defenso

 

Cuando a un hombre se le derrama su sangre, otro hombre siente la necesidad de recogerla y de meterla nuevamente al interior de la herida. Se crea en la sospecha, el ruego tibio de los ojos, la noche, así de cerca, bajo los puños cerrados. Cuando a un hombre se le derrama su sangre, ya no hay por qué ni para qué despertar.   
 
 
 
 

Rosalina Benjamin-Burk (Miches, El Seibo, 1979)

 

Disfraz de una mujer sin miedo

 
Me encontré a mordidas con la noche.
Paladeando los jirones que mis dientes le arrancaron no sentí nada.
Ni culpa, ni asco, ni miedo.
 
La había retado a duelo y vino puntualmente,
armada de su más espesa cabellera,
y yo apenas con el mismo tedio que ha bebido hasta el dolor todas mis ganas.
 
Entonces mi muerte, con su natural falta de tacto, cayó
desde sus propios hombros, desnucándose,
justo al lado de mi bostezo más reciente.
Y me quedé sola a las claras… hastiadamente sola,
sin temores.
 
Y ahora me pregunto,
¿Qué diablos es una mujer sin miedo?
¿A dónde puede ir sin ese estúpido fantasma metiéndole prisa hasta los huesos?
 
No me queda más remedio que quedarme.
Atrapada en mi contorno quedarme,
tragarme, con el café ya frío, la porción de nada que me toca,
y el octavo analgésico de este absurdo día que he metido a la fuerza
en el resentimiento del reloj,
y que ahora fluye por mi rabia su densa somnolencia.
 
Y me excuso y finjo (como casi todas las demás) estar esperando o estar desesperada.
Y soy un poco menos yo y me resigno
a esta máscara vacía
que se calza unas mentiras razonables y sale a probarse frente al mundo disfrazada de mujer,
perseguida
por temores sin sentido, que se engañan también con su falsa vestidura.
 
Así logro descubrir en la fuga otro eco del deseo,
de la carne que se hiere con el filoso resplandor de la belleza
en la puerta de cualquier baño para damas.
 
No puedo hacer más que negarle la sonrisa
y bajando la cabeza ignorarla,
pasar corriendo a su lado sin disculpas,
hasta el cristal más cercano a tratar de creerme.
Y luego olvidar esa belleza inoportuna y perderme,
perderme en mi disfraz de asustadiza...
simplemente perderme en la pantalla blanca,
y escribir para mí esta mentira rota.
 
 
 
 

Lauristely Peña Solano (Bohío Viejo, Montecristi, 1989)

 

Manifiesto

 
Me percibo
despreciable,
              mal educada
 
no quiero bebés,
ni marido
ni lunas de miel
hervir agua, cocinar pasta
solo eso sé
 
 
Soy enemiga a tiempo completo
me quejo mucho,
creo merecerlo todo
 
Exploradora de la pasión
creada para el goce
 
HASTIADA
del mundo patriarcal,
del optimismo,
del cielo azul,
                  sin nubes
 
Soy agua turbia, pero agua
odio profundamente
desprecio con abnegación
 
Maldita y cursi
              negada
multiplicada en mi locura
 
Una mujer que sucede distinta en cada espejo.
 
 
 
 

José Ángel M. Bratini (Sabana de la Mar, 1987)

 

Balada de los ojos

 
Nietos de Sem, hijos de Arfaxad, que engendró a Selah,
y de él Heber y luego Peleg; generaciones
del mundo que nacieron en Susán,
(años veinte de Artajerjes), a todos los que nacieron
en todas partes y en todas las épocas.
—Yo les hablo de los ojos.
 
En el cuerpo nada es más peligroso que los ojos,
es de cuidado que les diga de ellos
su seducción arqueada,
la dizque normalidad con que se pasean
entre los tantos ojos diferentes,
sin creerse siquiera un pestañeo del que viene
adverso por la misma
acera del destino.
 
Puedo decir de los ojos, la infancia necia,
por qué mueren último que todo
y aunque nunca hablen, están llenos de palabras,
de cosas ocultas que se derraman
sobre sonrisas indiscretas,
y aunque sean hermosos, de azur o verde mar,
de la carne de ellos no comerás.
 
Escúchenme bien, hijos del Dorado, que conocieron a Cándido
y a Cunegunda, atlántidos; ustedes que recorrieron
las rutas de la seda hacia Japón
y ya están muertos; óiganme los que confundieron
sus lenguas en Babel y se esparcieron por la Tierra.
—Yo les hablo de los ojos.
 
Hay en los ojos venenos inocentes y espinas piadosas
que nunca han soñado con dañar una piel,
hay voces calladas como pintadas en una pared
o como un rostro asomado a la ventana,
por eso los ojos fueron hechos pensando exclusivamente
en los ciegos, en sus pasos torpes
y en sus dudas de humana alfarería.
 
Los ojos, yo les digo, son el camino amplio
del que advierten los profetas,
cuídense de ellos, pues hay en los ojos
valles para recrear la locura, todos los crímenes
caben en los ojos;
ay, de los que confundan los ojos con la luz.
Pues aunque sean hermosos, de azur o verde mar,
de la carne de ellos no comerás.
 
 
 
 

Natacha Batlle Santana (Hato Mayor del Rey, 1984)

 

Calcinada

 
Sobre un cuervo de papel en el nervio del ojo
la oscuridad alzó sus alas de nieve
tintado por las hojas podridas del cedro.
Me fumo la última ceniza de tu espalda
me enredo a un hilo de saliva
para no perder el rastro entre el carbón
y la extensión de la duda…
 
Entre la noche y el día
hay una herida abierta por donde la mano pasa
y desteje un alambre de espinas.
 
La media noche no es más
que media naranja pudriéndose en la boca de la llama
yo me escapo del amanecer
para lamer el carbón hasta tiznarme la lengua
y amanezco cada vez que el sol se eleva 
como un blanco perfecto ante el día
que me deja en evidencia...
Calcinada.
 
 
 
 

Reina Lissette Ramirez (Villa Tapia, Hermanas Mirabal, 1983)

 

El paisaje de tus ojos

 
Solo el paisaje de tus ojos iluminándome,
luego todo oscuridad:
sorbos de mis costillas, de mi sangre
latiendo entre tus dedos.
 
Solo el paisaje de tu cuello muerto
iluminando mi memoria;
no quiero la salida del cuchillo,
las manos que se vierten en el humo clandestino.
            Solo el paisaje de tu cuerpo purpura
me produce la locura necesaria.
solo el paisaje de tu voz arrullándome
en su ausencia decrépita.
 
La mordida al espejo
me devuelve el sabor que le dejaste,
tus dedos de cuchillos
no me sobreviven el cuadro,
la sábana no arropa
mis pies verticalmente exagerados.
 
Si no estas todo es niebla y me acorralan los filos.
El paisaje de mi rostro ha salido volando
debajo de la muerte
he dejado mi memoria en uñas de fantasmas.
 
Solo el paisaje de tus ojos iluminándome,
luego todo oscuridad…
 
 
 
 

Ricardo Cabrera (Santo Domingo, 1983)

 

Oración a Keraya


Cuatro caminos tiene el hambre y Opiyel lo sabe
Kalfou
Rosa negra o enmarañas de hojarasca con tu pelo
He visto lo descalzo
La risa que rima
También tiré mi moneda en la vaina Luna
Karaya, mi hija,
La mujer que nunca tendré
El aspecto. Los caos de cotorra. Sole, soledad, de solenodonte..
Soledad viene de solenodonte,
Te hemos borrado de la historia,
Dónde está mi Kalfou pa tirá el dao, pa tirá la piedra más allá de la paciencia?
Karaya, que vienes
Que entramas mis pies con guano, el rincón de peces, la aurora
Karaya, avísame siempre que me desangre como granada por los ovarios de YaYa
avísa cigϋita, que te tengo corto que buscar del cuatro camino
Pa tirá el azar.
Que mi bachata no aparece, que tu mamá no aparece todavía, o se fue a jugar con los exágonos del Yuna
Karaya, Luna vital,
Corona de yuka que platas el sueño
La risa que rima anda,
Apuesta al taíno buscar su son fotuto,
Pero basta, Karaya, visítame al nacer, mujer ida de viaje con brumo de Constanza
Cuatro, solo cuatro
Y Opiyel lo sabe
No puedo nacerte sin la Caguama de tu nombre,
Pasa partir,
El navío llega. Caos. Santa soledad, sole, sol..
Soledad viene de Sol,
Keraya
 
 
 
 

Abril Troncoso (San José de Ocoa, 1980)

 

Hacia los adentros

 
Hay Que estar vivo para sentir. Escribir, wellcoming los sentimientos que nos embarguen cuales sean. Alejarnos de los entes que como luases vienen acabando con todo, nos sacan de nosotras mismas, mal interpretándonos al ensuciar el amor que por ellos profesamos.
 
Es ocasión de alianza con el tiempo, pasar el examen de la paciencia.  De No pensar en sus olores y la sensación que su piel produce en la mía, en lo mucho que me gusta la proximidad, la honestidad es farol que esclarece las sombras del viaje hacia la consciencia…
 
Me ha ocurrido el mí misma.
 
Te quiero coger sin metáforas o palabras lindas.
 
 
 
 

Luis Reynaldo Pérez (Santo Domingo, 1980)

 

New York, New York…

 
 
Nueva York de alambres y de muerte:
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
Federico Gracia Lorca / Oda a Walt Whitman
 
 
 
Esta ciudad nacida de semillas de viento
regadas por el Hudson, el Harlem, el East River,
sembradas por hombres de todos los colores y todas las lenguas:
Babel tendida sobre los páramos.
Esta ciudad de lunas y melodías ingrávidas,
erguida como un atavío de cristales que desafía soles,
se ha metido en mis ojos
como un aluvión de asfalto y sombras,
como un marasmo que todo lo barre,
como un percutido eco en mis sienes.
New York, New York lumbre ardida en el pelo de cualquier muchacha,
andrajoso palpitar dorado entre los árboles,
procesión de luces que enceguecen
atada a mí estás a pesar de tu imperio de alambres y de muerte,
a pesar de tu sangre infestada de hormigón.
Atada a mí estás:
cada noche me sueño como un pájaro herido refugiado en tu vientre,
cada noche, ciudad de mis anhelos, 
ando y desando tus esquinas
como un perro solitario que solo se siente acompañado bajo tu cielo.
 
 
 
 
 

Juan Hernandez Inirio (La Romana, 1991)

 

Amistad

 
 
Para inutilizar la melancolía, debieron ser eternos mis
hermanos. El problema es la vastedad del destino. Ellos
se fueron como un boceto de sombra que no pude corregir.
 
Ahora queda un réquiem a las moscas que caminan en mi
entraña, y tengo vecinos huraños que llegan de madrugada.
Tengo suerte de estar poseso de todos los demonios del
aguardiente, cuando los recuerdos me picotean el pecho.
Carraspeo y lloro, amigos míos, por vuestro reflejo
difuminándose como un pámpano podrido.
 
Muchos compañeros se han ido del mañana con su altura
miedosa, intrusos como yo en el santuario de las ratas. Se
llamaban de muchas formas que ahora garabatea mi memoria.
 
Nos guió la estrella del olvido, con su dialéctica sin alma, y he
tenido que jugar con una copa cristalina y comprensiva.
 
Quizá tengamos otro turno en la tierra. La misma muerte que
nos saluda desde la prensa, hará que coincidamos en un
luctuoso puerto. A la masiva soledad acudiremos. Se
suspenderán las tardes, y nos recrearemos juntos con el
espléndido aguijón del nunca más.