Ahora amiga mía y otros poemas

Adelanto del poemario Cadencias, próximo a publicarse.

Fotografía de Sergio Palma (ver galería completa).

 

Volvés con la frescura del mar

 
(...) Oh puerta de coral vivo
entre dos columnas de perfección.
Guillaume Apollinaire
I
 
Del mezquino espacio de las aceras
de las siluetas que la recorren
de los paseos por los parques
de la merienda bajo las sombras.
Volvés con guirnaldas marchitas en tu pelo,
con tus senos constelados por estrellas castañas
como la piel de una pantera nebulosa.
Volvés con la frescura de las hojas
dibujando serpientes en la tierra.
 
II
 
Del vasto mar
de su interminable batir
de su monótona canción.
Volvés vestida de sal,
envuelta en nubes de espuma
irradiando como un arrecife virgen.
Volvés sobre tus muslos de pan,
tu sexo como un cántaro de vino
tu sexo como vaivén vibrante
tu sexo como el refugio ante la noche.
 
 
 

Me gusta tu hondo querer

 
Me gusta tu hondo querer
tu dentado silencio,
tus manos caminando como cangrejos
para morir en mis bolsillos.
Me gusta leerte en la oscuridad de un beso
y palpar los puntos suspensivos de tu espina,
los embates de tu lengua
como olas de fuego que todo lo abrasan,
el temblor de tu cuerpo
como el murmullo de un arroyo termal.
Me gusta la tumba de tu sexo
porque es libertad carcelaria,
crisol donde se funde el olvido
para forjar un relicario de horas,
minutos como alfileres clavados
en el cielo de la noche cuando ya no estás.
 
 
 

Ahora amiga mía...

 
Ahora que las agujas están torcidas
y las calles casi desiertas,
ahora que se ha roto
el cristal de todas las brújulas,
que tu inquietud no es ya mi sombra
y aún te sigue mi aliento,
te encuentro clara como un río
que se desborda en mis brazos.
 
Ahora que los días están suspendidos
como la tela de araña
que arrulla capullos estériles,
las huellas que dejé
todavía me llevan a tu oficina.
Ahora amiga mía,
el tiempo solamente existe
en la redondez de tus blancos senos,
peceras de leche donde se agitan mis labios
como un remolino de pirañas.
 
Ahora amiga mía que la muerte hiende el aire
con pétalos de hierro
que se abren para anunciar el porvenir:
Resguardame entre tus muslos
pues soy llama que se yergue al roce de tu piel.
 
Ahora amiga mía,
que las grietas extienden su dominio sobre las estatuas:
Huyamos del quebranto de las nubes.
Huyamos sobre el galope de las arterias
para salvarnos de los acantilados
que entre tu cuerpo y el mío nacieron.
Amiga mía,
jinete de nácar sobre un géiser de sangre,
espádice que arde en la cripta de tu cuerpo.
Ofrendas de la carne para el sacramento de tu amor.
 
 
 

No te compadezcás de mí

 
¿Cuánto de vos queda por donde pasás,
en las escobas que barren migajas de tu aroma,
en el asiento del taxi,
en el “vuelva pronto” de los cajeros?
La ciudad se conforma
con las astillas de luz que dejás al pasar.
Compadezco, por ejemplo,
a los doctores que se quedan
con fragmentos de tu piel después de un examen.
Al ejecutivo de ventas de una tienda
herido por una esquirla de tu sonrisa.
 
Pero vos jamás te compadezcás de mí,
no detengás la guillotina de tu boca,
que tu lengua no se canse de apuñalarme
como la cola de un gato embravecido.
Por nada jamás, amor, me des libertad
que no sea el encierro de tus costillas,
que no sean las cadenas de tu cabello,
que no sea el pozo de tu mirada,
dejame hasta el amanecer en tu celda,
desnudo, alerta, tuyo.
 
 
 

Monólogo de Vronsky

 
¿Serán tus labios la urna que me aguarda
al final de los días?
¿Serán tus ojos de enigma felino
las estrellas que brillen sobre mi tumba?
Porque, cuando te hayás ido,
los trenes seguirán yendo y viniendo,
seré silueta que vaga de una estación a otra
y San Petersburgo,
continuará engullendo todo con su indiferencia.
Pero hoy que tu cabeza reposa sobre mi pecho
y tu cabello se derrama,
sé que más allá de tu cuerpo,
solo hay un páramo de rostros
que no ven a ningún lugar.
Más allá de tus labios,
solo hay calles habitadas
por olas de gritos y máquinas.
¿Qué más da si arde el palacio Peterhof?
Mientras la nieve de tus muslos cubra las sábanas,
mientras crepite tu aliento
y mis brazos sean tu nido.
Cuán ínfima es la condena
que acecha nuestra ventisca de fuego.